La personalidad de Jesús
Lo primero que comunica la lectura de los evangelios, con una irresistible fuerza de evidencia, es, en primer lugar, la personalidad religiosa de Jesús. No es un sabio filósofo, a pesar de la sabiduría que irradian sus palabras, y que anda rodeado de discípulos que le llaman Maestro; ni un político revolucionario, a pesar de la fuerza transformadora de sus doctrinas para la sociedad y la polis, ni un curandero, chaman o brujo con poderes mágicos, a pesar de que enfermos y lisiados acuden confiadamente a él; ni siquiera un exorcista de oficio, aunque es diestro en expulsar demonios, a la vez que cura los cuerpos y proclama perdonados los pecados... No, Jesús es un testigo de Dios, y se mueve en el ámbito de la verdad de testimonio, con su propio valor y epistemología peculiar, según la cual no depende tanto del método cuanto de la calidad de la persona en ella implicada y que necesita, en fin, alguien que /e crea, para que pueda ser transmitida: lo cual conlleva libertad de asentimiento. Incluso más, al leer varios pasajes evangélicos tenemos la impresión de que Jesús, se alegra y se sorprende, veces, de la fe que muestra un sujeto determinado, pero sufre porque no le creen, como si tuviese la convicción de que tenía derecho a que le creyesen, por lo que hacía y decía y cómo lo decía y hacía.
Vamos, pues, a utilizar la paradoja para presentar los trazos más
gruesos de este esbozado dibujo psicológico de la figura de Jesús. He aquí
algunos de esos polos aparentemente contrarios en cuyo entre salta
el rayo de luz que nos hace entrever algo así como un destello de su
personalidad, a la vez que nos permite, asomarnos a la hondura abismal de sus
más sencillas palabras o acciones.
Increíblemente cercano - misteriosamente lejano. En
el polo de la cercanía humana de Jesús, con niños, enfermos, pecadores,
marginados de todo tipo y con sus propios discípulos y discípulas que le
acompañaban, sobreabundan los textos. Pero, aquí y allá, afloran otros que nos
muestran el polo contrario de una lejanía, entre enigmática y
misteriosa, que hace pasar a sus oyentes desde una franca "simpatía"
hacia su persona a un estado de "extrañeza" o "perplejidad",
en el mejor de los casos, como si de repente se abriese una abismal
distancia entre la imagen perceptiva de Jesús y de sus palabras y la
presencia-en-la ausencia de otra enigmática o misteriosa
"realidad" de carácter inconmensurable, que atraía-aterrorizaba, produciendo
en ciertos sujetos una extraña reacción de defensa, que podía
ir desde el asombro, a la huida o incluso al ataque, más o menos agresivo.
Tradicional - innovador. Jesús de Nazaret aparece
perfectamente identificado con su pueblo de Israel, sus antepasados y sus tradiciones;
pero a la vez se manifiesta como un radical innovador en sus
acciones y en sus palabras, que le hacen entrar en conflicto con quienes confundían
la fidelidad religiosa a Dios con la observancia y defensa de tradiciones
humanas más bien vacías de significado actual.
En las propias enseñanzas de Jesús, se admiten como principales
temas representativos, que indican psicológicamente una gran
originalidad y creatividad: el ofrecimiento divino de una salvación
universal que abre las fronteras del pueblo de Israel a todos los que
estén dispuestos a cree y aceptar las exigencias del Reino de Dios; una nueva
imagen de Dios como Padre, que articula perfectamente la misteriosa
lejanía de su transcendencia con la providente y
paternal/maternal cercanía de su inmanencia en todos los detalles
de la vida y existencia humana; y dos temas más íntimamente entrelazados y que
traspasan a los anteriores: la propia implicación de Jesús, al
menos implícitamente, como agente del Padre en la nueva forma
de salvación divina; y la insistencia en la vinculación
del amor al prójimo con el amor a Dios, de hecho, se originó con Jesús
un nuevo tipo de amor-agape, que tomó en las comunidades
cristianas como referente el modo de amar de Jesús (cf.
Fitzmyer, J. A., 1997, 46-49).
Pacífico - revolucionario. Nada más alejado del
pensamiento, palabra y acción de Jesús que la violencia, el echar mano de la
fuerza o el dominio; irradia, por el contrario, paz, ternura, misericordia,
perdón, respeto y amor a los más pobres y necesitados; y, sin embargo, su
doctrina y muchas de sus acciones van cargadas de una fuerza explosiva capaz de
revolucionar, en forma más o menos "retardada", no sólo la sociedad
de su tiempo, sino también a actuar dinámicamente en cualquier lugar y momento
de la historia de la humanidad, poniendo en crisis los deseos y proyectos del
hombre tanto a nivel personal como colectivo y sociocultural, cuando este
hombre o mujer, pequeño grupo o comunidad de naciones está dispuesto a darle un
voto de confianza y ponerse seriamente a escuchar su mensaje.
Máxima sencillez - máxima autoridad. Ha quedado
en la tradición, el calificativo de sencillez evangélica como
prototipo del mensaje de Jesús; no se conocía que él mismo hubiese estudiado
con algún famoso rabino, sino que más bien lo que expresaba, en sus
predicaciones itinerantes, parecía que brotaba de un enigmático fondo interior
que le confería una grandiosa autoridad a lo que decía y
hacía; de lo cual se maravillaban los que le escuchaban, y así lo reflejan
claramente los textos evangélicos. ¡Y es que Jesús se situaba, a veces, incluso
sobre Moisés: a vosotros se os dijo... pero yo os digo! Y
la profunda sabiduría de la maravillosa sencillez de sus parábolas, queda
convertida, en realidad en paradoja viva, que se abre
simbólicamente a la universalidad de lo humano, más allá del tiempo y el
espacio, desde la aparente concreción literal de lo anecdótico. Si como han
dicho, Jesús aparece como un sabio "diestro en paradojas
y experiencias contraculturales", y a semejanza de Sócrates o Buda, puede
aparecer, en efecto, "como representante de la sabiduría universal, más
allá de las normas que imponía el judaísmo. Pero en la raíz de su mensaje está
latiendo el aliento poderoso de la profecía de Israel y la búsqueda mesiánica
del reino" (Pikaza, X. 1997, 37).
Entre impuros y pecadores - sin rastro de
pecado. Muchos hombres religiosos, incluso fundadores de religiones
han pasado por una época de "pecado" pasando luego por una conversión generalmente
seguida de una fase penitencial, alejada del trato con los pecadores,
"huyendo" de la tentación. Jesús, en cambio, aparece con frecuencia
rodeado de "impuros" y, dejándose invitar de publicanos y pecadores,
sin importarle siquiera las críticas a que esto daba lugar; pero, por otro
lado, no aparecen jamás atisbos de que haya tenido nunca la más mínima
experiencia de sentimiento ni de conciencia de culpa que le llevase a pedir
perdón a Dios. He aquí un caso único diferencial entre los
grandes hombres religiosos de la humanidad, lo cual parece demostrar que Jesús
no era un hombre simplemente religioso, sino que su estilo de ser
religioso tenía un carácter "nuevo" e inédito lo mismo que
su mensaje. "Que Jesús se presente como un hombre que no experimenta la
conciencia de pecado constituye un misterio psicológico" (Vergote, A.,
1900, 20).
Plenitud de la Ley - gratuidad del Amor. Jesús
afirma que no ha venido a abolir la Ley y los profetas, sino a darle
cumplimiento (Mt 5, 17), pero, a la vez, su afinamiento de los viejos preceptos
—se os dijo... pero yo os digo— va sustituyendo la ley del
deber por la ley del amor, hasta terminar su vida dando a los suyos un sólo
mandato: amaos como yo os he amado (Jn 15, 12).
Psicológicamente constituye esto una gran novedad en la historia de las
religiones: obligó a los cristianos a inventar una palabra, en su utilización
semántica, agape, para expresar este nuevo tipo de amor "que tiende a la
ofrenda de sí mismo al servicio del amado y no a la captación y al goce,
presidiendo las relaciones cristianas con Dios y las de los cristianos entre
sí, según el mandamiento de Cristo"; empleada también, como signo de
comunión fraterna, "para las comidas en comunidad", según aparece ya
en 2P 2, 13; Jud 12. (Gerard, A. M., 1995, 47). Jesús habría ofrecido el amor
misericordioso de Dios en toda gratuidad incluso a los impuros y pecadores
según la ley, tal como los judíos la entendían. "Esta es la paradoja,
la novedad mesiánica de Jesús que la iglesia posterior ha
logrado mantener a duras penas... Esta es la novedad cristiana, aquella
que sitúa la gracia de Dios (la nueva humanidad) por encima de una ley de pacto
y juicio, propia del buen judaísmo 'misericordioso' de aquel tiempo. Cf. Mt 7,
1-2» (Pikaza, X., 1997, 53).