jueves, 17 de agosto de 2017

LA PERSONALIDAD DE JESÚS

La personalidad de Jesús

Lo primero que comunica la lectura de los evangelios, con una irresistible fuerza de evidencia, es, en primer lugar, la personalidad religiosa de Jesús. No es un sabio filósofo, a pesar de la sabiduría que irradian sus palabras, y que anda rodeado de discípulos que le llaman Maestro; ni un político revolucionario, a pesar de la fuerza transformadora de sus doctrinas para la sociedad y la polis, ni un curandero, chaman o brujo con poderes mágicos, a pesar de que enfermos y lisiados acuden confiadamente a él; ni siquiera un exorcista de oficio, aunque es diestro en expulsar demonios, a la vez que cura los cuerpos y proclama perdonados los pecados... No, Jesús es un testigo de Dios, y se mueve en el ámbito de la verdad de testimonio, con su propio valor y epistemología peculiar, según la cual no depende tanto del método cuanto de la calidad de la persona en ella implicada y que necesita, en fin, alguien que /e crea, para que pueda ser transmitida: lo cual conlleva libertad de asentimiento. Incluso más, al leer varios pasajes evangélicos tenemos la impresión de que Jesús, se alegra y se sorprende, veces, de la fe que muestra un sujeto determinado, pero sufre porque no le creen, como si tuviese la convicción de que tenía derecho a que le creyesen, por lo que hacía y decía y cómo lo decía y hacía.
Vamos, pues, a utilizar la paradoja para presentar los trazos más gruesos de este esbozado dibujo psicológico de la figura de Jesús. He aquí algunos de esos polos aparentemente contrarios en cuyo entre salta el rayo de luz que nos hace entrever algo así como un destello de su personalidad, a la vez que nos permite, asomarnos a la hondura abismal de sus más sencillas palabras o acciones.
Increíblemente cercano - misteriosamente lejano. En el polo de la cercanía humana de Jesús, con niños, enfermos, pecadores, marginados de todo tipo y con sus propios discípulos y discípulas que le acompañaban, sobreabundan los textos. Pero, aquí y allá, afloran otros que nos muestran el polo contrario de una lejanía, entre enigmática y misteriosa, que hace pasar a sus oyentes desde una franca "simpatía" hacia su persona a un estado de "extrañeza" o "perplejidad", en el mejor de los casos, como si de repente se abriese una abismal distancia entre la imagen perceptiva de Jesús y de sus palabras y la presencia-en-la ausencia de otra enigmática o misteriosa "realidad" de carácter inconmensurable, que atraía-aterrorizaba, produciendo en ciertos sujetos una extraña reacción de defensa, que podía ir desde el asombro, a la huida o incluso al ataque, más o menos agresivo.
Tradicional - innovador. Jesús de Nazaret aparece perfectamente identificado con su pueblo de Israel, sus antepasados y sus tradiciones; pero a la vez se manifiesta como un radical innovador en sus acciones y en sus palabras, que le hacen entrar en conflicto con quienes confundían la fidelidad religiosa a Dios con la observancia y defensa de tradiciones humanas más bien vacías de significado actual.
En las propias enseñanzas de Jesús, se admiten como principales temas representativos, que indican psicológicamente una gran originalidad y creatividad: el ofrecimiento divino de una salvación universal que abre las fronteras del pueblo de Israel a todos los que estén dispuestos a cree y aceptar las exigencias del Reino de Dios; una nueva imagen de Dios como Padre, que articula perfectamente la misteriosa lejanía de su transcendencia con la providente y paternal/maternal cercanía de su inmanencia en todos los detalles de la vida y existencia humana; y dos temas más íntimamente entrelazados y que traspasan a los anteriores: la propia implicación de Jesús, al menos implícitamente, como agente del Padre en la nueva forma de salvación divina; la insistencia en la vinculación del amor al prójimo con el amor a Dios, de hecho, se originó con Jesús un nuevo tipo de amor-agape, que tomó en las comunidades cristianas como referente el modo de amar de Jesús (cf. Fitzmyer, J. A., 1997, 46-49).
Pacífico - revolucionario. Nada más alejado del pensamiento, palabra y acción de Jesús que la violencia, el echar mano de la fuerza o el dominio; irradia, por el contrario, paz, ternura, misericordia, perdón, respeto y amor a los más pobres y necesitados; y, sin embargo, su doctrina y muchas de sus acciones van cargadas de una fuerza explosiva capaz de revolucionar, en forma más o menos "retardada", no sólo la sociedad de su tiempo, sino también a actuar dinámicamente en cualquier lugar y momento de la historia de la humanidad, poniendo en crisis los deseos y proyectos del hombre tanto a nivel personal como colectivo y sociocultural, cuando este hombre o mujer, pequeño grupo o comunidad de naciones está dispuesto a darle un voto de confianza y ponerse seriamente a escuchar su mensaje.
Máxima sencillez - máxima autoridad. Ha quedado en la tradición, el calificativo de sencillez evangélica como prototipo del mensaje de Jesús; no se conocía que él mismo hubiese estudiado con algún famoso rabino, sino que más bien lo que expresaba, en sus predicaciones itinerantes, parecía que brotaba de un enigmático fondo interior que le confería una grandiosa autoridad a lo que decía y hacía; de lo cual se maravillaban los que le escuchaban, y así lo reflejan claramente los textos evangélicos. ¡Y es que Jesús se situaba, a veces, incluso sobre Moisés: a vosotros se os dijo... pero yo os digo! Y la profunda sabiduría de la maravillosa sencillez de sus parábolas, queda convertida, en realidad en paradoja viva, que se abre simbólicamente a la universalidad de lo humano, más allá del tiempo y el espacio, desde la aparente concreción literal de lo anecdótico. Si como han dicho, Jesús aparece como un sabio "diestro en paradojas y experiencias contraculturales", y a semejanza de Sócrates o Buda, puede aparecer, en efecto, "como representante de la sabiduría universal, más allá de las normas que imponía el judaísmo. Pero en la raíz de su mensaje está latiendo el aliento poderoso de la profecía de Israel y la búsqueda mesiánica del reino" (Pikaza, X. 1997, 37).
Entre impuros y pecadores - sin rastro de pecado. Muchos hombres religiosos, incluso fundadores de religiones han pasado por una época de "pecado" pasando luego por una conversión generalmente seguida de una fase penitencial, alejada del trato con los pecadores, "huyendo" de la tentación. Jesús, en cambio, aparece con frecuencia rodeado de "impuros" y, dejándose invitar de publicanos y pecadores, sin importarle siquiera las críticas a que esto daba lugar; pero, por otro lado, no aparecen jamás atisbos de que haya tenido nunca la más mínima experiencia de sentimiento ni de conciencia de culpa que le llevase a pedir perdón a Dios. He aquí un caso único diferencial entre los grandes hombres religiosos de la humanidad, lo cual parece demostrar que Jesús no era un hombre simplemente religioso, sino que su estilo de ser religioso tenía un carácter "nuevo" e inédito lo mismo que su mensaje. "Que Jesús se presente como un hombre que no experimenta la conciencia de pecado constituye un misterio psicológico" (Vergote, A., 1900, 20).
Plenitud de la Ley - gratuidad del Amor. Jesús afirma que no ha venido a abolir la Ley y los profetas, sino a darle cumplimiento (Mt 5, 17), pero, a la vez, su afinamiento de los viejos preceptos —se os dijo... pero yo os digo— va sustituyendo la ley del deber por la ley del amor, hasta terminar su vida dando a los suyos un sólo mandato: amaos como yo os he amado (Jn 15, 12). Psicológicamente constituye esto una gran novedad en la historia de las religiones: obligó a los cristianos a inventar una palabra, en su utilización semántica, agape, para expresar este nuevo tipo de amor "que tiende a la ofrenda de sí mismo al servicio del amado y no a la captación y al goce, presidiendo las relaciones cristianas con Dios y las de los cristianos entre sí, según el mandamiento de Cristo"; empleada también, como signo de comunión fraterna, "para las comidas en comunidad", según aparece ya en 2P 2, 13; Jud 12. (Gerard, A. M., 1995, 47). Jesús habría ofrecido el amor misericordioso de Dios en toda gratuidad incluso a los impuros y pecadores según la ley, tal como los judíos la entendían. "Esta es la paradoja, la novedad mesiánica de Jesús que la iglesia posterior ha logrado mantener a duras penas... Esta es la novedad cristiana, aquella que sitúa la gracia de Dios (la nueva humanidad) por encima de una ley de pacto y juicio, propia del buen judaísmo 'misericordioso' de aquel tiempo. Cf. Mt 7, 1-2» (Pikaza, X., 1997, 53).