DOCUMENTOS OFICIALES PARA LA CATEQUESIS

DOCUMENTOS OFICIALES PARA LA CATEQUESISNDC
 

SUMARIO: I. Magisterio universal anterior al Vaticano II. II. Magisterio universal posterior al Vaticano II: 1. «Directorium catechisticum generale»; 2. «Evangelii nuntiandi»; 3. Sínodo de los obispos de 1977; 4. «Catechesi tradendae»; 5. «La catequesis de adultos en la comunidad cristiana»; 6. «Guía para los catequistas»; 7. «Directorio general para la catequesis».

I. Magisterio universal anterior al Vaticano II


En la época comprendida entre el inicio del siglo XX y la celebración del Vaticano II han ido apareciendo documentos del magisterio de la Iglesia de especial significación e influencia en la catequesis y en la educación en la fe. Estos documentos, aplicados con normativas concretas de carácter jurídico, muestran una concepción de la catequesis y de su correspondiente modo de hacer. Dejar constancia de su existencia, contenidos y enfoques ayudará a comprender esta concepción que ha configurado un tipo de catequesis durante este tiempo.
San Pío X publicó en 1905 la encíclica Acerbo nimis. Puede considerarse como el primer gran documento sistemático sobre la catequesis y la educación en la fe. Aborda el problema catequético desde el punto de vista teológico, jurídico y pastoral. Establece el primado de la catequesis entre las diversas formas de educación de la fe. Después de constatar la difusa ignorancia religiosa y la importancia, la necesidad y el deber de la acción catequética, formula unas normas muy concretas sobre: la catequesis parroquial de niños; la preparación para la confesión y la confirmación; la preparación para la primera comunión; la constitución de la Congregación de la doctrina cristiana; la llamada instrucción doctrinal a los adultos; etc. La encíclica fue un impulso notable para la gran tarea de la educación en la fe y de la catequesis que, fundamentalmente, estaba orientada a la enseñanza de la doctrina cristiana y a la preparación de los sacramentos.
Pío X, llamado el papa del Catecismo por la gran preocupación que tuvo sobre la catequesis —preocupación que ni siquiera abandonó en su ministerio papal—, publicó dos catecismos: en 1905 y en 1912. Entre la publicación de ambos catecismos firma el decreto Quam singulari (1910) sobre la primera comunión de los niños, con gran repercusión catequética, al urgir la renovación y preocupación por la catequesis de los pequeños.
El Código de Derecho canónico, publicado durante el pontificado de Benedicto XV, recoge el pensamiento catequético de san Pío X y pone las bases para su ulterior desarrollo. La sagrada Congregación envió una Carta circular a los Ordinarios de Italia para pedirles que informaran sobre la observancia de las disposiciones del Código en el ámbito de la catequesis. Las respuestas confirmaron la necesidad de una mayor organización y de la creación de un organismo central competente en esta materia.
Pío XI tuvo una intensa actividad como legislador sobre la catequesis. Ya en 1923 publicó el motu proprio Orbem catholicum, por el que se crea, dentro de la sagrada Congregación del concilio, el Officio catechistico centrale, encargado de coordinar e impulsar la catequesis en todo el mundo.
Este Officio se dirige, por medio de una carta y un cuestionario, a los obispos del mundo con el fin de impulsar y, a la vez, recoger información sobre la actividad catequética en las diócesis. El cuestionario consta de tres secciones: la instrucción de la doctrina cristiana en las parroquias, en los colegios católicos y en las escuelas públicas.
Con las respuestas y los informes trienales enviados por los obispos se elabora el decreto Provido sane consilio, publicado por la sagrada Congregación del concilio el 2 de enero de 1935. En el decreto se establecen una serie de prescripciones que debían observarse en la Iglesia con el fin de atender mejor a la catequesis. Esta normativa promueve la erección de la Asociación o Cofradía de la doctrina cristiana en todas las parroquias, la institucionalización de la catequesis dominical para los niños y la obligación de explicar el catecismo también a los adultos los domingos y fiestas. Para ayudar y favorecer el cumplimiento de esta normativa se recomienda que se lleve a cabo en las diócesis la creación de la Oficina catequística diocesana; el nombramiento de sacerdotes para visitar anualmente las escuelas; la institución del día del catecismo; una suficiente organización de cursos especializados para preparar adecuadamente a los catequistas, etc.
Pío XI, impulsando la educación religiosa, publicó distintos documentos especialmente relacionados con la formación de los catequistas. En elámbito de la educación cristiana de la juventud tiene gran relevancia la encíclica Divini illius magistri, del 31 de diciembre de 1929, en la cual se señala la competencia de la familia, de la Iglesia y del Estado en la educación, así como la naturaleza, la finalidad y las formas de una auténtica educación en la fe.
Durante este pontificado, la sagrada Congregación de seminarios y universidades envió una circular a las diócesis para regular los estudios de pedagogía en los centros de formación eclesiástica. En ella se abordan cuatro grandes cuestiones: la importancia de la enseñanza del catecismo, sintetizada en la famosa frase de que la ignorancia religiosa es «una llaga abierta en el costado de la Iglesia»; a quién corresponde enseñar el catecismo y las cualidades de esta tarea; las metas de la catequesis, y el desarrollo de la llamada catequesis escolar.

En síntesis, los principales documentos magisteriales sobre la catequesis, en este amplio período, se circunscriben a estos dos centros de interés: 1) Enseñar la doctrina cristiana. Se identifica dar catequesis con dar catecismo. La ignorancia del pueblo cristiano preocupa a quienes tienen la misión de gobierno en la Iglesia. De ahí la urgencia por la instrucción catequética. 2) Articular toda la tarea catequética en torno a normativas que deben cumplir especialmente los párrocos, y al deber de los ordinarios de vigilar por su cumplimiento.
En los años inmediatos anteriores a la celebración del Vaticano II se vive con tal intensidad esta preocupación, que da lugar a la publicación de catecismos nacionales. Aunque en este tiempo no hay ningún documento de carácter magisterial de especial relevancia, son bien significativas las palabras de Juan XXIII en el discurso inaugural del Vaticano II, donde señala que la tarea principal del Concilio es «que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiada y enseñada de forma cada vez más eficaz». Mantener el depósito de la fe, «la doctrina pura e íntegra sin atenuaciones» y, a la vez, dar un paso adelante, «hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias» era la gran tarea del Concilio que estaba comenzando.
Aunque el Vaticano II no publicó ningún documento específico dedicado a la catequesis, señaló unas directrices que han marcado profundamente la acción catequética posterior. En palabras de Pablo VI, repetidas después por Juan Pablo II, el Concilio puede considerarse como «la gran catequesis de los tiempos modernos» (CT 2).

II. Magisterio universal posterior al Vaticano II


Son muchos los documentos sobre catequesis que se han publicado después del Vaticano II. Aquí se reseñan y se comentan brevemente los principales documentos aparecidos, ordenados cronológicamente. Se presentan, en primer lugar, los de ámbito universal y después los emanados por el episcopado español.

1. «DIRECTORIUM CATECHISTICUM GENERALE». Preparado por la Congregación para el clero y aprobado por Pablo VI el 18 de marzo de 1971, se tradujo al castellano con el título Directorio general de pastoral catequética (DCG). Su finalidad es orientar y estimular la renovación catequética de toda la Iglesia (cf CT 2). Se publicó de acuerdo con lo establecido en el decreto Christus Dominus: «Hágase... otro directorio sobre la instrucción catequética del pueblo cristiano, en que se trate de los principios y prácticas fundamentales de dicha instrucción y de la elaboración de los libros que a ella se destinen» (CD 44).
El Directorio de 1971 es un conjunto de directrices o principios teológicos y pastorales de carácter fundamental, que tiene como fin orientar todas las actividades del ministerio de la Palabra. Consta de una introducción, seis partes y un apéndice. La introducción señala los objetivos, destinatarios e importancia de la catequesis. Las seis partes tratan de: la actualidad del problema; el ministerio de la Palabra; el mensaje cristiano; elementos de metodología; la catequesis por edades, y la acción pastoral del ministerio de la Palabra. El apéndice aborda el tema de la iniciación a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía y, especialmente, la necesidad de la primera confesión previa a la primera comunión.
Sitúa a la catequesis en el interior de la misión pastoral de la Iglesia. Entre las diversas formas del ministerio de la Palabra corresponde a la catequesis hacer realidad la afirmación de que «la fe, ilustrada por la doctrina, se hace viva, explícita y activa en los hombres» (CD 14). Es decir, define a la catequesis por su finalidad, a la vez que la distingue de las otras formas del ministerio de la Palabra,como es la evangelización o predicación misionera, la celebración litúrgica con la homilía, y la enseñanza de la teología.
Al especificar el carácter propio de la catequesis, lo hace en el contexto de la acción pastoral de la Iglesia, a la que compete la acción eclesial de «conducir a la madurez de la fe tanto a las comunidades como a cada fiel» (CD 21). La catequesis, en definitiva, es complementaria a la predicación misionera que suscita inicialmente la fe y la catequesis ayuda a su maduración. Sin embargo, no se percibe en este documento pontificio a qué acción eclesial en concreto corresponde poner las bases de una formación cristiana iniciatoria y fundante. El Directorio no concede especial relevancia a estos aspectos de la catequesis.

2. «EVANGELII NUNTIANDI». La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, acerca de la evangelización en el mundo contemporáneo, marcó una pauta importante en la reflexión catequética. Fue publicada por Pablo VI el 8 de diciembre de 1975. Este documento es fruto del III Sínodo general de los obispos de 1974. Consta de siete partes: del Cristo evangelizador a la Iglesia evangelizadora; ¿qué es evangelizar?; contenido de la evangelización; medios de la evangelización; los destinatarios de la evangelización; agentes de la evangelización; el espíritu de la evangelización. Este documento ayuda a situar la catequesis dentro de la principal actividad de la Iglesia, que es la evangelización, y la concibe a modo de catecumenado.
Situar la catequesis como medioinherente a la evangelización es un paso significativo para el futuro. Sin identificar la catequesis con el primer anuncio, esta debe tener un talante misionero que favorezca la conversión a Jesucristo (cf EN 54).
Evangelii nuntiandi avanza en la concepción de catequesis respecto al DCG de 1971, al incorporar la necesidad de dar a la catequesis una inspiración catecumenal, que haga de ella no sólo un instrumento para la enseñanza del mensaje cristiano, sino también una introducción a la vida cristiana. Una catequesis, en definitiva, fundamentadora e iniciatoria. «Las condiciones actuales hacen cada día más urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado, para un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren la necesidad de entregarse a él» (EN 44).
El nuevo enfoque orientativo que la catequesis recibe de la Evangelii nuntiandi a instancias de los padres sinodales, enmarcada en el proceso de evangelización, señala un nuevo impulso hacia la dimensión misionera de esta acción eclesial.

3. SÍNODO DE LOS OBISPOS DE 1977. De este acontecimiento eclesial conviene destacar dos documentos: las Proposiciones de los padres sinodales y el Mensaje de los obispos al pueblo de Dios.
Los padres sinodales presentaron a Pablo VI 34 Proposiciones, articuladas en torno a los siguientes enunciados: la renovación catequética; los contenidos de la catequesis; el método de catequesis; la catequesis, exigencia para todos los cristianos (destinatarios); la comunidad: origen, lugar y meta de la catequesis, y la actitud del catequista. Aunque la sustancia de estas proposiciones será recogida y presentada en el documento papal possinodal, hay que dejar constancia de algunos aspectos sobre la concepción de catequesis: la traditioreditio Symboli es signo de comunión eclesial, unión entre comunidades y fieles; la catequesis tiene como finalidad suscitar y hacer madurar la fe, y no puede reducirse a un tiempo o a una simple preparación a los sacramentos, sino que es educación cristiana de la fe; el carácter iniciatorio de la catequesis («no se trata tanto de adquirir meros conocimientos cuanto de una iniciación a una verdadera experiencia comunitaria de la vida cristiana, es decir, a la experiencia de comportarse cristianamente, de obrar, de celebrar litúrgicamente, de reflexionar comunitariamente sobre el mensaje cristiano, y a la experiencia de integrarse en la totalidad de la vida de la Iglesia» [n. 301); la necesidad de una catequesis de inspiración catecumenal, también para los bautizados, y se recuerda que la comunidad cristiana es la responsable de la catequesis en cuanto su origen, lugar y meta.
El Mensaje al pueblo de Dios que hicieron público los obispos al finalizar el Sínodo se centró en la triple dimensión de la catequesis como palabra, memoria y testimonio. Sin excluir la necesidad de una educación permanente de la fe, se insiste en su carácter fundante e iniciatorio.
4. «CATECHESI TRADENDAE». Juan Pablo II publica la exhortación apostólica Catechesi tradendae el 16 de octubre de 1979, al año de su pontificado y como segundo gran documento, después de la encíclica Redemptor hominis. Tiene una estrecha relación con las Proposiciones del Sínodo de obispos celebrado dos años antes, aunque las trasciende. La finalidad de este documento es, en palabras del Papa, «que esta exhortación apostólica dirigida a toda la Iglesia refuerce la solidez de la fe y de la vida cristiana, dé un nuevo vigor a las iniciativas emprendidas, estimule la creatividad —con la vigilancia debida—y contribuya a difundir en la comunidad cristiana la alegría de llevar al mundo el misterio de Cristo» (CT 4).
La exhortación consta de los siguientes capítulos: el centro de la catequesis es la persona y la doctrina de Cristo; la catequesis en la historia de la Iglesia; la catequesis en la actividad pastoral y misionera de la Iglesia; fuentes y contenidos de la catequesis; los destinatarios de la catequesis; la alegría de la fe en un mundo difícil; la catequesis, tarea de todos.
En continuidad con el pensamiento de Pablo VI sobre el lugar y la misión que corresponde a la catequesis en la Iglesia, Juan Pablo II señala con claridad y fuerza que la catequesis es uno de los momentos de la evangelización: «La catequesis es uno de los momentos —¡y cuán señalado!— en el proceso total de la evangelización» (CT 18). Al mismo tiempo clarifica que hay otros que integran la evangelización y que no pueden confundirse con la catequesis: unos «preparan a la catequesis», otros «emanan de ella» o la siguen (CT 18).
A partir de un concepto amplio o genérico de catequesis como «el conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer discípulos», para educarlos e instruirlos en la vida defe, propone una catequesis más iniciatoria en los siguientes términos: «Globalmente, se puede considerar aquí la catequesis en cuanto educación de la fe de los niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana dada generalmente de modo orgánico y sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana» (CT 18). La propuesta de este tipo de catequesis tiene aspectos que conviene matizar: 1) Es una catequesis de carácter fundante o iniciatorio. Es iniciación a la revelación que Dios mismo ha hecho al hombre por medio de Jesucristo, conservada en la memoria profunda de la Iglesia y comunicada mediante una traditio viva y activa, de generación en generación (cf CT 14, 21-22, 33). 2) Tiene un carácter orgánico e integral, que la distingue del resto de las formas de presentar la palabra de Dios. Junto a su organicidad, la integralidad garantiza que la catequesis incida en todas las esferas de la vida cristiana. No es suficiente, pues, con conocer la fe, sino que es preciso que se la celebre, se la haga oración, se la haga vida, se la anuncie. 3) La formación que ofrece la catequesis es de carácter básico, limitándose a sus elementos esenciales y principales. Atiende a la formación en el que podría llamarse primer nivel (cf CT 21). 4) Esta catequesis de carácter fundante, según el pensamiento de Juan Pablo II, es compatible con la llamada catequesis permanente, que atiende más a los momentos y circunstancias que coyunturalmente se ofrecen en la vida de la Iglesia. La catequesis permanente ayuda «a promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana» (CT 20). Ambas formas de catequesis deben estar bien conexionadas: «Es importante que la catequesis de los niños y de los jóvenes, la catequesis permanente y la catequesis de adultos no sean compartimentos estancos e incomunicados... Es menester propiciar su perfecta complementariedad» (CT 45).
5. «LA CATEQUESIS DE ADULTOS EN LA COMUNIDAD CRISTIANA». El Consejo internacional para la catequesis publicó en 1990 un documento sobre la catequesis de adultos, dándole como subtítulo: «Algunas líneas y orientaciones». Pretende contribuir al esfuerzo comprometido que se va realizando en las comunidades cristianas del mundo en el ámbito de la catequesis de adultos, en la perspectiva, tan vivamente subrayada por Juan Pablo II, de la evangelización. Son orientaciones elaboradas de forma sistemática y orgánica a partir de las diversas experiencias, para ayudar y orientar a los agentes pastorales y catequistas a una mejor comprensión y realización de la catequesis de adultos.
Se inicia con una introducción, subrayando la necesidad de esta acción catequética en continuidad de pensamiento con los documentos pontificios precedentes. Argumenta en la primera parte cómo la situación de los adultos (bautizados y no bautizados) es un reto para la acción catequética de la Iglesia. Y a partir de unos criterios, de necesaria aplicación a la catequesis de adultos, expone algunas orientaciones para la praxis de esta catequesis. De manera reiterada ahonda en el siguiente planteamiento: «Reconociendo el compromiso sobre la nueva evangelización, a la que el Espíritu llama hoy a la Iglesia en todo el mundo, la catequesis de adultos comporta, en cuanto le corresponde, una finalidad misionera» (CACC 38). De nuevo se subraya que es indispensable para este tipo de catequesis la sistematicidad y la organicidad, de forma que no debe confundirse la catequesis de adultos con otras modalidades de formación y actividades pastorales con adultos. Aquella precede y fundamenta a estas; sin la catequesis cualquiera de las modalidades de formación con adultos se quebraría por carecer de los elementos básicos que ofrece una catequesis fundante.

6. «GUÍA PARA LOS CATEQUISTAS». La Congregación para la evangelización de los pueblos publicó en 1993 la Guía para los catequistas, con el fin de seguir reconociendo e impulsando la tarea que estos están llevando a cabo en los países de misión. En el documento «se tratan de manera sistemática y existencial los objetivos principales de la vocación, la identidad, la espiritualidad, la elección, la formación, las tareas misioneras y pastorales, la remuneración y la responsabilidad del pueblo de Dios hacia los catequistas, en la situación actual y en perspectiva de futuro» (GCM 1).
Define la identidad del catequista a partir de su vocación específica a la catequesis, dentro de la vocación general para colaborar en los servicios apostólicos de la Iglesia. En la imagen que proyecta del catequista se hace presente la concepción de catequesis de carácter misionero e iniciatorio del decreto Ad gentes. Compete a los catequistas ser los animadores misioneros en las respectivas comunidades eclesiales, anunciando el evangelio, preparando a los catecúmenos al bautismo y construyendo nuevas comunidades eclesiales. De su vocación y misión brota una espiritualidad propia, que el documento desarrolla con amplitud. Sin duda, es una de sus principales aportaciones sobre la persona del catequista, hasta ahora apenas apuntada en documentos análogos. Junto a la espiritualidad, se subraya la necesidad de que los catequistas muestren unas actitudes claramente definidas en favor de los más necesitados y del diálogo ecuménico.
Sobre la elección y formación de los catequistas urge la necesidad de discernir desde criterios de fe y eclesiales, qué candidatos son los más idóneos para este ministerio eclesial. Una vez aceptados por la Iglesia, los elegidos se comprometen a intensificar su preparación y formación en el seno de la comunidad. En definitiva, se clarifica la responsabilidad de la Iglesia en la tarea de la elección y formación de los catequistas, para que su tarea siga siendo un «fundamental servicio evangélico».

7. «DIRECTORIO GENERAL PARA LA CATEQUESIS». Veintiséis años después de la publicación del Directorio general de pastoral catequética (DCG, 1971), la Congregación para el clero decidió su renovación. Así se dio origen al actual Directorio general para la catequesis (DGC, 1997). El motivo de la reelaboración está en los avances que, en el campo catequético, se han producido en estos años, especialmente las exhortaciones apostólicas Evangelii nuntiandi y Catechesi tradendae, la encíclica Redemptoris missio, y la publicación del Catecismo de la Iglesia católica. Enriquecido con las observaciones de las Conferencias episcopales, se elaboró un texto provisional que fue aprobado por el Papa el 15 de agosto de 1997.
El DGC tiene, fundamentalmente, una finalidad orientativa. Se trata de un texto que ofrece los principios por los que se regula la catequesis. Quiere ser un servicio a los diferentes episcopados nacionales en orden a la elaboración de unos instrumentos catequéticos cercanos a la realidad.
En cuanto a los contenidos, dentro de una misma estructura y una misma fundamentación doctrinal de fondo —tanto un texto como el otro apoyan su reflexión en el concepto de revelación, basándose en la constitución conciliar Dei Verbum—, existen diferencias y novedades con respecto al DCG de 1971. En lo que ambos textos difieren esencialmente es en el concepto de evangelización. Mientras para el DCG (1971) la evangelización era sólo una forma del ministerio de la Palabra, para el DGC (1997) la evangelización es sinónimo del «conjunto de la acción de la Iglesia» (DGC 46), incluyendo tanto el ministerio de la Palabra en su totalidad como el ministerio litúrgico y el de la caridad.
Además, el DGC es muy sensible a la idea de proceso de la evangelización e insiste en las etapas de ese proceso. El ministerio de la Palabra despliega las funciones de convocatoria o llamada a la fe, de iniciación, de educación permanente de la fe, la función litúrgica y la teológica.
Otra idea central del DGC concierne a la finalidad última de la catequesis, la comunión con Jesucristo. Así como para el texto de 1971 la finalidad de la catequesis es conseguir una fe viva, explícita y operativa y el medio es la enseñanza doctrinal, para el texto actual la finalidad cristocéntrica de la catéquesis, la comunión con Jesucristo, propicia una sólida espiritualidad trinitaria, suscita un hondo sentido eclesial y mueve a una viva preocupación social. Y apunta como tareas de la catequesis el desarrollo o cultivo de las dimensiones internas de la fe, que pide ser conocida, celebrada, vivida y hecha oración, y junto a ellas el aprendizaje a compartir su fe, primero, con los hermanos creyentes, viviéndola en comunidad, pero también anunciándola, con palabras y obras, en medio del mundo. En este sentido, es vital la preparación para el diálogo ecuménico y para el diálogo interreligioso (cf DGC 86).
Otro aspecto central del DGC es que prefiere hablar de la fuente de la catequesis: la palabra misma de Dios, que llega a nosotros a través de muchas fuentes inmediatas. Pero para un cristiano, el mensaje es una Persona. Por eso, la catequesis, al presentar el mensaje evangélico, lo que hace, ante todo, es presentar la figura de Jesús. La tensión dialéctica entre la fuente de la revelación y las fuentes a través de las cuales llega a nosotros es de suma importancia para la catequesis, ya que en ella aparece la pedagogía divina (DV 15), que nos la hace «cercana, y sin embargo permanece velada, en estado kenótico», que debe ser la pedagogía de la Iglesia en la evangelización y en la catequesis. Una última idea central se refiere al papel de la Iglesia particular en toda pastoral catequética.
Respecto a los catequistas, hay dos aspectos especialmente novedosos: la necesidad de plantear en la diócesis una verdadera pastoral de catequistas (DGC 233) y de dotar a toda diócesis de un plantel de catequistas estables, que se entreguen a esta tarea de una manera plena, recibiendo un encargo oficial por parte de la Iglesia.
El propio Directorio formula los desafíos y opciones de la catequesis en el futuro inmediato: 1) ha de adquirir un «acentuado carácter misionero» (DGC 33); 2) la catequesis de adultos debe ser concebida como referente o eje a partir del cual se inspire la catequesis de las otras edades; 3) todo proceso iniciatorio de catequesis ha de ser considerado como una verdadera escuela de pedagogía cristiana; 4) debe anunciar los misterios esenciales del cristianismo, de modo que promueva la experiencia trinitaria de la vida en Cristo como centro de la vida de fe, y 5) ha de considerar como tarea prioritaria la preparación y formación de catequistas dotados de una fe profunda; formación que se realiza, ante todo, en la propia comunidad cristiana, y también en la escuela de catequistas, cuya finalidad es «proporcionar una formación catequética orgánica y sistemática, de carácter básico y fundamental» (DGC 249).
Anastasio Gil García

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