martes, 16 de julio de 2019

DIOS CREADOR


TRATADO DE DIOS CREADOR
“De El, por El y en El existe todo”
(Rom 11,36)

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Índice:

A)      Del catecismo de la Iglesia Católica: Posiciones contrarias a la fe en la creación
B)      Del manual de Teología Dogmática de Ludwing Ott.
1)      La realidad de la creación divina del mundo: El dogma y las herejías contrarias, prueba de la escritura y la tradición, la creación del mundo y la razón humana.
2)      La idea divina del mundo: el mundo es obra de la sabiduría divina.
3)      Motivo y finalidad de la creación del mundo:
Motivo: Dios fue movido por su bondad a crear libremente el mundo.
Finalidad: El mundo ha sido creado para gloria de Dios.
4)      LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA CREACIÓN: Las tres divinas personas constituyen un único y común principio de la creación.
5)      LA LIBERTAD DEL ACTO DIVINO CREADOR:
Libertad de contradicción (libertad de crear o no crear): Dios creó el mundo libre de toda coacción externa y de toda necesidad interna.
Libertad de especificación (libertad de crear esto o aquello): Dios tuvo libertad para crear este mundo u otro cualquiera.
Carencia de libertad de contrariedad (libertad de hacer el bien o el mal): Dios creó un mundo bueno.
6)      CARÁCTER TEMPORAL DEL MUNDO
Dogma del comienzo temporal del mundo: El mundo tuvo principio en el tiempo.
Controversia en torno a la posibilidad de una creación eterna del mundo: Se discute si es concebible un mundo creado sin principio
7)      INCOMUNICABILIDAD DEL PODER CREADOR
El poder creador de Dios como potencia incomunicada: Dios ha creado Él solo el universo.
El poder creador de Dios como potencia incomunicable: No hay criatura que, como causa principal (es decir, por su propia virtud), pueda crear algo de la nada; la criatura no puede ser tampoco causa instrumental en la creación de la nada.
C)      Las consecuencias de la creación para nosotros.
D)     Historia de la fe en la creación.




A)      A MODO DE INTRODUCCIÓN DESDE EL CATECISMO
POSICIONES CONTRARIAS A LA FE CRISTIANA RESPECTO DE LA CREACIÓN

“Desde sus comienzos, la fe cristiana se ha visto confrontada a respuestas distintas de las suyas sobre la cuestión de los orígenes. Así, en las religiones y culturas antiguas encontramos numerosos mitos referentes a los orígenes. Algunos filósofos han dicho que todo es Dios, que el mundo es Dios, o que el devenir del mundo es el devenir de Dios (panteísmo); otros han dicho que el mundo es una emanación necesaria de Dios, que brota de esta fuente y retorna a ella ; otros han afirmado incluso la existencia de dos principios eternos, el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, en lucha permanente (dualismo, maniqueísmo); según algunas de estas concepciones, el mundo (al menos el mundo material) sería malo, producto de una caída, y por tanto que se ha de rechazar y superar (gnosis); otros admiten que el mundo ha sido hecho por Dios, pero a la manera de un relojero que, una vez hecho, lo habría abandonado a él mismo (deísmo); otros, finalmente, no aceptan ningún origen transcendente del mundo, sino que ven en él el puro juego de una materia que ha existido siempre (materialismo). Todas estas tentativas dan testimonio de la permanencia y de la universalidad de la cuestión de los orígenes. Esta búsqueda es inherente al hombre” (CEC 285).

Contra esto, la fe cristiana afirma:
Dios es distinto del mundo (contra panteísmo): Dios es trascendente y distinto por infinitud, perfección, bondad, belleza. El mundo tiene una realidad propia, es un bien relativo, no absoluto.
Dios tiene libertad de crear (contra emanacionismo): no crea necesariamente, como consecuencia de su bondad.
Todo lo existente, todo lo que tiene ser, es bueno, es creado por Dios (contra dualismo, maniqueísmo, gnosticimos): el mal es relativo, no absoluto. El mal es ausencia de bien. Dios crea el cielo y la tierra, todo.
Dios crea y conserva la creación (contra deísmo): la aparecente ausencia de Dios es en realidad posibilidad de libertad humana. 
El mundo es inteligencia, orden, perfección espiritual (contra materialismo): nada de lo que vemos es casualidad, desorden o azar.
El mundo tiene un origen, un principio (contra eternidad del mundo): la contingencia de los seres nos lleva a ese principio que es, por antonomasia.
El mundo fue sacado de la nada (contra creación desde materia preexistente): decir lo contrario es igualar la creación humana con la divina. La fe en la creación responde a la cuestión de porque el ser y no la nada.
Sólo Dios crea (contra la fe en demiurgos delegados): no puede delegarse el poder de sacar algo de la nada, de pasar del no ser al ser.

CONFERENCIA DEL PADRE LORING SOBRE LA CREACIÓN


TRATADO SISTEMATICO DE LA CREACIÓN
DEL MANUAL DE TEOLOGÍA DOGMÁTICA DE LUDWIG OTT

§ 1. REALIDAD DE LA CREACIÓN DIVINA DEL MUNDO

1. El dogma y las herejías contrarias

Todo cuanto existe fuera de Dios ha sido sacado de la nada por Dios en cuanto a la totalidad de su sustancia (de fe).

«¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere» (San Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum, 2,4: PG 6, 1052).

Frente al dualismo del paganismo antiguo y del maniqueísmo gnóstico, y frente al monismo moderno (materialismo, panteísmo), el concilio del Vaticano hizo la siguiente declaración: «Si quis non confiteatur mundum resque omnes, quae in ea continentur, et spirituales et materiales, secundum totam suam substantiam a Deo ex nihilo esse productas», a. s.; Dz 1805 ; cf. el símbolo de fe y el capítulo Firmiter (Dz 428).
Crear, en sentido filosófico y teológico, significa producir una cosa de la nada: «productio rei ex nihilo (=non ex aliquo)»; concretando más : «ex nihilo sui et subiecti» (y no «ex nihilo causae»), es decir, que antes del acto creador no existía la cosa como tal, ni tampoco sustrato material alguno del que pudiera haber sido sacada.
SANTO Tomás ofrece la siguiente definición: «La creación es la producción de algo en toda su sustancia sin presuponer nada increado o creado por alguien» (S.th. 165, 3). Hay que distinguir de esta creación en sentido estricto (creatio prima) la llamada creatio secunda, que consiste en la información y animación de la materia informe.

2. Prueba de Escritura y de tradición
a) Prueba indirecta de la creación del mundo ex nihilo es que la Sagrada Escritura no aplica más que a Dios el nombre de Yahvé y el significado de Ser absoluto que encierra; mientras que a todas las otras cosas las llama «nada» en comparación con Dios. De ahí hay que concluir que todas las cosas extradivinas han recibido su existencia de Dios; cf. Is 42, 8; 40, 17. El nombre divino de Adonai (Kyrios) se refiere a Dios como dueño y señor de cielos y tierra, precisamente en virtud de la creación. Un derecho de dominio y propiedad absolutamente ilimitado sólo puede fundarse en la creación de la nada; cf. 88, 12; Esther 13, 10 ss ; Mt 11, 25.
Se afirma expresa y directamente la creación del mundo de la nada, según interpretación común de judíos y cristianos, en Gen 1, 1: «Al principio creó Dios el cielo y la tierra». Obsérvese que en este importantísimo texto no se habla de ningún sustrato material que precediera al acta creador (materia ex qua). La expresión «Al principio», sin otra ulterior determinación, significa el principio absoluto, es decir, el instante antes del cual nada existía fuera de Dios y en el cual comenzaron a existir las cosas distintas de Dios. «El cielo y la tierra» es el universo entero, es decir, todas las cosas distintas de Dios, el mundo. El verbo barä' (= crear) puede significar también producir en sentido amplio, pero en la Sagrada Escritura se aplica casi exclusivamente a la actividad divina y siempre que ésta no va ligada a una materia preexistente, de la cual Dios produzca algo. Según la mente del relato bíblico, el verbo a que nos referimos significa, en Gen 1, 1, que Dios creó el mundo de la nada; cf. Ps 123, 8; 145, 6; 32, 9.
La fe del puebla judío en la creación, basada en este pasaje de Gen 1, 1, la testifica el libro segundo de los Macabeos (7, 28), en el que la madre de los Macabeos, «llena de sabiduría» (v 21), anima al martirio a su hijo más pequeño recordándole esta verdad : «Te suplico, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra, y veas cuanto hay en ellos, y entiendas que de la nada lo hizo todo Dios» (oóx ÉZ óvTwv, ex nihilo); cf. Sap 1, 14: 41: creó todas las cosas para la existencia», Rom 4, 17: «Dios... que llama a lo que es, lo mismo que a lo que no es».

«Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes [...] Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia» (2 M 7,22-23.28).

Sap 1, 18: «Tu mano omnipotente creó el mundo de la materia informe» (ilá &p.óppou 6)1), se refiere, según el contexto, a la creatio secunda; lo mismo hay que decir de Hebr 11, 3: «Por la fe conocemos que los mundos han sido dispuestos por la palabra de Dios, de suerte que de lo invisible ha tenido origen lo visible»; cf. Gen 1, 2, según G: «La tierra era invisible y se hallaba informe.»
b) Los santos padres consideran la creación del mundo de la nada como una verdad fundamental de la fe cristiana, defendiéndola contra el falso dualismo de la filosofía pagana y de las herejías gnósticas y maniqueas. El Pastor de HERMAS escribe hacia mediados del siglo II: «Cree ante todo que no hay más que un solo Dios que ha creado todas las cosas y las dispone sacándolas del no ser al ser» (Mand. 11). Contra el dualismo de los paganos y de los gnósticos y maniqueos escribieron principalmente SAN TEÓFILO DE ANTIOQUÍA (Ad Autol. II 4, 10), SAN IRENEO (Adv. haer. I 22, 1; ii 10, 4; Epideixis I 1, 4), TERTULIANO (Adv. Hermogenem I; De praescr. 13; Apnlog. 17) y SAN AGUSTÍN (De Genesi contra Manichaeos).

3. La creación del mundo y la razón humana
La creación del mundo de la nada no sólo es una verdad fundamental de la revelación cristiana, sino que al mismo tiempo llega a alcanzarla la razón con solas sus fuerzas naturales basándose en los argumentos cosmológicos (exceptuados los teológicos) y, sobre todo, en el argumento de la contingencia. Ahora bien, como toda la filosofía ajena al cristianismo, sin descontar la del mismo Aristóteles, no llegó a formarse un concepto cabal de la creación, la revelación de esta verdad resultaba moralmente necesaria; cf. S.th. 144, 1 ; 161, 1; S.c.G. II 15-16.

§ 2. LA IDEA DIVINA DEL MUNDO

El mundo es obra de la Sabiduría divina (sent. cierta).

Frente a la doctrina del cristianismo se alza la teoría materialista de la casualidad, según la cual el mundo de hoy se ha ido formando por una evolución puramente mecánica de la materia eterna.
La Sagrada Escritura enseña que Dios hizo todas las cosas con sabiduría; Ps 103, 24: «Todas las creaste con sabiduría». Cuando creaba los mundos, la sabiduría estaba al lado de Dios como consejera; Prov 8, 27 ss; cf. Prov 3, 19 s ; Eccli 23, 29 (G 20) ; Gen 1, 26. Vernos, por tanto, que el mundo creado es una realización de las ideas divinas.
Las ideas divinas en su faceta subjetiva, es decir, como pensamientos de Dios, son eternas e inmutables, pues se identifican con la sabiduría y esencia de Dios. Las ideas divinas en su faceta objetiva, es decir, en cuanto a su contenido, son temporales y mudables, pues versan sobre imitaciones finitas de las perfecciones divinas. Por la infinita simplicidad de su ser, en Dios no hay más que una sola idea. Pero, en cuanto esta idea abarca muchos objetos distintos de Dios, se habla de pluralidad de ideas divinas.
SAN AGUSTÍN supo transformar en sentido cristiano la doctrina platónica sobre las ideas, trasladando las ideas eternas a la mente divina; cf. In loh. tr. 1, 16 s; v. De Dios Trino y Uno, § 23.

LA TEORÍA DEL DISEÑO INTELIGENTE



§ 3. MOTIVO Y FINALIDAD DE LA CREACIÓN DEL MUNDO

1. Motivo u origen de la creación

Dios fue movido por su bondad a crear libremente el mundo (de fe).

"Abierta su mano con la llave del amor, surgieron las criaturas"
Santo Tomás de Aquino

El fin subjetivo de la creación («finis operantis»), o motivo que indujo a Dios a crear el mundo, es, como declara el concilio provincial de Colonia de 1860, el amor de su bondad absoluta («amor bonitatis suae absolutae»). Tal amor le movió a dar existencia a seres finitos, para hacerles partícipes de sus propias perfecciones. El concilio del Vaticano declaró: «Deus bonitate sua et omnipotenti virtute, non ad augendam suam beatitudinem nec añ acquirendam, sed ad manifestandam perfectionem suam per bona, quae creaturis impertitur, liberrimo consilio... utramque de nihilo condidit creaturam» (Dz 1783; cf. Dz 706). Según el testimonio de la Sagrada Escritura, el motivo fundamental de la acción creadora divina se encuentra en Dios mismo: «Todo lo ha hecho Yahvé para sus fines» (Prov 16, 4).
Los padres testimonian que Dios ha creado las cosas de este mundo no porque tuviese necesidad de ellas, sino para «verter sobre ellas sus beneficios» (SAN IRENEO, Adv. haer. Iv, 14, 1). ORÍGENES enseña: «Cuando Dios al principio creó lo que quería crear, es decir, naturalezas racionales, no tenía otro motivo para crear que El mismo, esto es, su bondad» (De princ. II, 9, 6), SAN AGUSTÍN dice: «Porque Él es bueno, nosotros existimos» (De doctr. christ. 132, 35); cf. SAN HII.ARIO, In Ps. 2, 15; SAN AGUSTÍN, De civ. Dei xi, 24; SAN JUAN DAMASCENO, De fide orth. II, 2.
La absoluta plenitud de ser de Dios y su infinita felicidad, que en aquélla se funda (in se et ex se beatissimus, Dz 1782), excluyen terminantemente que el motivo que Dios tuvo para realizar el acto creador radique en algo fuera de Dios. SANTO TOMÁS nos enseña: «Dios no obra en provecho suyo, sino únicamente por su bondad» (S.th. I 44, 4 ad 1).

2. Finalidad

“La gloria de Dios es que el hombre viva,
y la vida del hombre es la visión de Dios”
San Ireneo

El mundo ha sido creado para gloria de Dios (de fe).

a) El fin objetivo de la creación (finis operis), es decir, el fin que radica en la misma obra creada, es primariamente la manifestación de las perfecciones divinas con la subsiguiente glorificación de Dios. El concilio del Vaticano definió: «Si quis... mundum ad Dei gloriam conditum esse negaverit», a. s. (Dz 1805).
La gloria que dan las criaturas a Dios se denomina gloria externa. Se divide en objetiva y formal. La gloria objetiva la tributan todas las criaturas, sin excepción, por el hecho de su mera existencia, en cuanto que las perfecciones de las criaturas reflejan las perfecciones del Creador; cf. Ps 18, 2: «Los cielos pregonan la gloria de Dios»; Dan 3, 52 ss (Benedicite); Ps 148.
La gloria formal la rinden únicamente las criaturas racionales con su entendimiento y voluntad por el hecha de que ellas conocen y reconocen la perfección de Dios; cf. Ps 146-150 (Laudate Dominum).
Conforme nos enseña la Sagrada Escritura, Dios no solamente es el alfa sino también la omega; no es únicamente el principio sino también el fin y la meta de todas las cosas; Apoc 1,. 8: «Yo soy el alfa y la omega [es decir, el principio y el fin], dice el Señor Dios»; cf. Rom 11, 36 : «De Él y por Él y para Él son todas las cosas» ; cf. Prov 16, 4. Según TERTULIANO, Dios sacó al mundo de la nada «para ornato de su gloria» (A pol. 17).
No hay razón para objetar, como lo hicieron Descartes, Hermes y Günther. que significaría egoísmo reprobable el que Dios pretendiera su propia honra como fin de la creación. Las criaturas no pueden acrecentar la perfección y felicidad de Dios; y, además, la actividad divina, como perteneciente al supremo Bien, ha de ordenarse por fuerza al fin supremo, que no es sino la gloria misma de Dios.

b) El fin secundario de la creación es colmar de beneficios a las criaturas y, sobre todo, hacer felices a las criaturas racionales. El concilio del Vaticano nos enseña que Dios creó el mundo «para manifestar su perfección» (fin primario) «por los bienes que distribuye entre las criaturas» (fin secundario).
La Sagrada Escritura pone de relieve que el mundo creado debe servir al hombre, pero no considera la felicidad del hombre como fin autónomo, antes bien lo subordina a la gloria de Dios; cf. Gen 1, 28 ss; Ps 8, 6 ss; Apoc 4, 11.
Estos dos fines de la creación se hallan inseparablemente unidos entre sí; pues glorificar a Dios conociéndole y amándole constituye la suprema felicidad de las criaturas racionales.
Para refutar la objeción de que la gloria externa de Dios, en cuanto que es algo finito, no puede ser el fin último de la creación, hay que distinguir entre el finis qui y el finis quo de la obra creadora. El finis qui (fin objetivo) es aquello que se pretende. El finis quo (fin formal) es aquello por lo cual se alcanza lo pretendido. El finis qui de la obra de la creación es la interna bondad de Dios, que se identifica con su esencia. El finis quo es la participación de las criaturas en la bondad de Dios, que constituye al mismo tiempo la felicidad de las criaturas.
La definición del concilio del Vaticano (Dz 1805) según la cual el mundo ha sido creado para gloria de Dios se refiere al finis quo, ya que la participación de las criaturas en la bondad de Dios coincide con la gloria externa de Dios. Las perfecciones de las criaturas son reflejos de las perfecciones del Creador (gloria obiectiva). La consideración de las perfecciones de lo creado conduce a las criaturas racionales a conocer y reconocer las perfecciones del Creador (gloria formalis). Mientras el finis quo es finito, el finis qui es, por el contrario, infinito. A éste se refieren los textos de la Sagrada Escritura cuando señalan a Dios como fin último de todo lo creado.

§ 4. LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA CREACIÓN

Las tres divinas personas constituyen un único y común principio de la creación (de fe).

El concilio unionista de Florencia declaró en el Decretum pro lacobitis (1441) : «Pater et Filius et Spiritus anctus non tria principia creaturae, sed unum principium» ; Dz 704; cf. Dz 428. Ahora bien, como la obra de la creación guarda cierta analogía con el carácter personal de la primera persona, por eso mismo es atribuida generalmente al Padre. Véase el símbolo apostólico.
Es contraria a la doctrina de la Iglesia la opinión de A. Günther, quien asigna desde luego la idea del mundo y el decreto de la creación a las tres divinas Personas, pero atribuye exclusivamente la ejecución de ese decreto a la segunda Persona y la restauración de las relaciones entre las criaturas y el Creador a la tercera Persona.
La Sagrada Escritura pone de manifiesto la comunidad de operación del Padre y del Hijo fundándola en la comunidad de naturaleza; cf. Ioh 5, 19; 14, 10 (c. De Dios Trino, § 20). La Sagrada Escritura atribuye la acción creadora unas veces al Padre y otras al Hijo; cf.Mt 11,25;Ioh1,3;Col 1, 15s; 1 Cor 8, 6; Hebr 1, 2; cf. SAN AGUSTíN, De Trin. v 13, 14: «Decimos que Dios con respecto a la creación es un solo principio, no dos o tres».
Desde San Agustín, es doctrina común de los teólogos que las criaturas irracionales son vestigio (vestigium) de la Santísima Trinidad, las criaturas racionales imagen (imago), y las que se hallan elevadas por la gracia santificante ofrecen una semejanza (simnilitudo) de la misma; S.th. 145, 7; r 93, 5-9.

§ 5. LA LIBERTAD DEL ACTO DIVINO CREADOR

1. Libertad de contradicción

Dios creó el mundo libre de toda coacción externa y de toda necesidad interna (de fe).

El concilio del Vaticano declaró que Dios, «con libérrima decisión» (liberrimo concilio) y «con voluntad libre de toda coacción» («voluntate ab omni necessitate libera»), realizó el acto creador; Dz 1783, 1805; cf. Dz 706. La definición del Vaticano se refiere primordialmente a la Libertad de contradicción, según la cual Dios pudo crear y no crear. Va dirigida principalmente contra Hermes, Gunter y Rosmini, los cuales aseguraban que la bondad de Dios le impuso a sí mismo la necesidad de crear.
La Sagrada Escritura y la tradición consideran el, acto creador como una libre determinación tomada por Dios ; Ps 134, 6 : «Yahvé hace cuanto quiere en los cielos y en la tierra» ; Apoc 4, 11: «Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» ; cf. Ps 32, 6; Sap 9, 1; 11, 26; Eph 1, 11.
SAN AGUSTIN comenta a propósito de Ps 134, 6: «La causa de todo lo que hizo fue decisión de su voluntad» (Enarr. in Ps. 134, 10) ; cf. SAN IRENEO, Adv. haer. II 1, 1; III 8, 3.
Es incompatible con la absoluta plenitud de ser de Dios y con la perfecta autonomía que ella supone cualquier género de coacción externa o necesidad interna. No es posible deducir de la bondad de Dios el carácter necesario de la creación, porque el ansia de comunicarse, que es propia de la esencia misma de la bondad («bonum est diffusivum sui»), queda satisfecha de forma mucho más perfecta por medio de las procesiones divinas inmanentes. La bondad de Dios le invita, sí, a comunicarse al exterior de manera finita, pero no le fuerza a ello; cf. S.th. I 19, 3.

2. Libertad de especificación

«Dios tuvo libertad para crear este mundo u otro cualquiera» (sent. cierta).

Así lo declaró el sínodo provincial de Colonia del año 1860, contra las doctrinas de Abelardo, Malebranche y Leibniz, que sostenían el optimismo absoluto según el cual Dios. había creado el mejor de todos los mundos concebibles; cf. Dz 374. El mundo que de hecho ha sido creado no alcanzaría el grado supremo de perfección que es en sí posible. Dios no estaba tampoco obligado para consigo mismo a crear el mundo mejor, ya que éste en nada acrecentaría su perfección y felicidad esencial. Y si negásemos a Dios la libertad para haber escogido entre este mundo u otro cualquiera (libertad de especificación), entonces restringiríamos injustificadamente la omnipotencia divina, que no encuentra otra barrera que lo intrínsecamente imposible.
3. Carencia de libertad de contrariedad
Dios creó un mundo bueno (de fe).
El concilio de Florencia declaró en el Decretum pro lacobitis (1441), contra los errores del maniqueísmo, que no hay naturaleza que sea mala en sí, puesto que toda naturaleza, en cuanto tal, es buena: «nullamque mali asserit esse naturam, quia omnis natura, in quantum natura est, bona est» ; Dz 706. Cf. Dz 428.
El fundamento bíblico es el pasaje de Gen 1, 31: «Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho»; cf. Eccl.i 39, 21; 1 Tim 4, 4. Dios no pudo haber creado un mundo moralmente malo, porque su santidad absoluta le impide ser causa del mal moral, del pecado; cf. Dz 816 (contra Calvino). De ahí que Dios no posea la libertad de contrariedad, es decir, la libertad para escoger entre el bien y el mal.
Frente al pesimismo (Schopenhauer, Ed. von Hartmann), según el cual el mundo existente es el peor que podría concebirse, la visión cristiana del mundo mantiene un optimismo relativo, que considera el mundo actual como el mejor relativamente, ya que es obra de la sabiduría divina v como tal responde al fin que Dios le ha señalado, reuniendo en maravillosa armonía diversa clases de perfección tanto del orden natural como del sobrenatural.

§ 6. CARÁCTER TEMPORAL DEL MUNDO

1. Dogma del comienzo temporal del mundo

El mundo tuvo principio en el tiempo (de fe).

Mientras que la filosofía pagana y el materialismo moderno suponen la eternidad del mundo o, mejor dicho, de la materia cósmica, la Iglesia enseña que el mundo no existe desde toda la eternidad, sino que tuvo principio en el tiempo. El concilio iv de Letrán (1215) y el del Vaticano declaran: «simul ab initio temporis utramque de nihilo condidit creaturam» ; Dz 428, 1783. La doctrina de la eternidad del mundo fue condenada; cf. Dz 501-503 (Maestro Eckhart).
La Sagrada Escritura da testimonio clarísimo de que alguna vez el mundo no existía, y de que comenzó a existir. Ioh 17, 5: «Ahora tú, Padre, glorifícame cerca de ti mismo con la gloria que tuve cerca de ti antes de que el mundo existiese»; Eph 1, 4: «Nos eligió en El [en Cristo] antes de la constitución del mundo» ; Ps 101, 26: «Desde el principio fundaste tú la tierra» ; cf. Gen 1, 1 («Al principio») ; Prov 8, 22 ss ; Ps 89, 2; Ioh 17, 24.
Los santos padres, en su lucha incesante contra el error dualístico de la eternidad de la materia cósmica, defendieron siempre el carácter temporal del mundo; cf. TACIANO, Or. ad Graecos 5; SAN IRENEO, Adv. haer. it 34, 2; SAN BASILIO, In Hexaem. hom. 1, 7. La única excepción es ORIGENES, que por influjo platónico supone la existencia de una serie sin principio de mundos, el primero de los cuales fue creado por Dios desde toda la eternidad.
La filosofía no es capaz, naturalmente, de probar la eternidad del mundo. Como la existencia de éste se debe a una libre decisión de la voluntad divina, no es necesario que Dios haya querido que existiera siempre; S.th. i 46, 1. El progreso de la física atómica permite inferir, por el proceso de desintegración de los elementos radioactivos, cuál sea la edad de la tierra y del universo, probando positivamente el principio del mundo en el tiempo; cf. el discurso de Pio XII de 22 de noviembre de 1951 sobre la demostración de la existencia de Dios a la luz de las modernas ciencias naturales; StZ 142 (1948) 141-146.

2. Controversia en torno a la posibilidad de una creación eterna del mundo

Se discute si es concebible un mundo creado sin principio.

a) Santo Tomás y su escuela sostienen que ninguna razón convincente se opone a la posibilidad de un mundo que fuera creado desde toda la eternidad. De ahí que, según SANTO TOMÁS, el comienzo del mundo en el tiempo no sea verdad de razón natural, sino de fe; S.th. i 46, 2: «Mundum non semper fuisse, sola fide tenetur et demonstrative probari non potest.»
El Santo Doctor razona su tesis exponiendo que el carácter temporal del mundo no se puede demostrar ni por parte del mundo ni por parte de Dios. El concepto esencial de una cosa — tal es el punto de partida de su argumento — prescinde del tiempo y del espacio. En consecuencia, del concepto del mundo no se puede inferir que no haya existido siempre. La causa eficiente del mundo es la libre decisión de Dios. Ahora bien, la razón humana no puede escudriñar la voluntad divina, sino que únicamente la conoce en virtud de la revelación de Dios. Por eso, el comienzo temporal del mundo no es objeto del saber natural, sino de la fe.

b) SAN BUENAVENTURA y muchos otros teólogos opinan, en cambio, que suponer un mundo eterno encierra en sí contradicción interna; pues la creación de la nada significa: tener el ser después del no ser («habere esse post non esse»), y, por tanto, hay primero no ser y luego ser; Sent. II d. 1 p. 1 a. 1 q. 2.
También los santos padres enseñan que no es posible una criatura eterna. Rechazan unánimemente la doctrina de ORÍGENES sobre la creación eterna del primer mundo (Metodio) y prueban la divinidad del Logos frente a los arrianos, por su carencia de principio. SAN ATANASIO dice: «Aunque Dios puede crear siempre, las cosas creadas no pueden ser eternas; pues fueron hechas de la nada y, por tanto, no fueron antes de ser» (Contra Arianos or. i 29).

c) Es imposible la creación eterna de un mundo mudable, pues la sucesión inherente a todo cambio constituye la esencia del tiempo. Tan sólo un mundo inmutable podría ser eterno. Ahora bien, apenas es concebible la existencia de una criatura inmutable, pues la finitud incluye necesariamente la mutabilidad.

§ 7. INCOMUNICABILIDAD DEL PODER CREADOR

1. El poder creador de Dios como potencia incomunicada

Dios ha creado Él solo el universo (de fe).

El concilio Iv de Letrán nos enseña que la Santísima Trinidad es «principio único de todo el universo, hacedor de todas las criaturas»; Dz 428.
La Sagrada Escritura excluye que cualquier otra causa haya tomado parte en la obra de la creación. No hay lugar para «demiurgo» alguno; Is 44, 24: «Yo, soy Yahvé, el que lo ha hecho todo: yo, yo solo desplegué los cielos y afirmé la tierra con mi propio poder» (según otra variante : «¿ Quién me ayudó?») ; Hebr 3, 4: «El Hacedor de todas las cosas es Dios» ; cf. Ps 88, 12; 32, 6 y 9; 94, 5 ; Ioh 1, 3; Apoc 4, 11.
Los santos padres impugnan tanto la doctrina de los gnósticos, según la cual un ser intermedio (el demiurgo) formó el mundo de la materia eterna, como también la doctrina arriana, según la cual el mundo fue creado de la nada por el Logos concebido como criatura; cf. SAN IRENEO, Adv. haer. Iv 20, 1; SAN AGUSTiN, De civ. Dei XII 24.

2. El poder creador de Dios como potencia incomunicable

a) No hay criatura que, como causa principal (es decir, por su propia virtud), pueda crear algo de la nada (sent. común).
Se opusieron a esta tesis algunos teólogos escolásticos, como Durando (t 1334) y Gabriel Biel (t 1495), los cuales manifestaron la opinión de que Dios podía dotar a una criatura de tal poder creador que por su propia virtud fuera capaz de crear cosas de la nada. Jacobo Frohschammer (t 1893) enseñó que los padres, en virtud de una fuerza creadora que Dios les ha concedido, crean de la nada el alma de su hijos.
Los santos padres, tomando como punto de partida que una criatura no es capaz de crear nada, concluyeron contra los arrianos la divinidad del Logos, por el hecho de que todas las cosas fueron creadas por El (Ioh 1, 3); cf. SAN ATANASIO, Contra Arianos or. II 21: «Si decís que el Hijo fue hecho de la nada, ¿cómo es capaz de convertir el no ser en ser?... Las cosas que tienen principio no tienen virtud de crear
Se prueba especulativamente que una criatura no puede crear de la nada, porque el acto creador exige una potencia infinita para superar la infinita distancia existente entre el no ser y el ser. Ahora bien, la virtud de todas las criaturas es finita y limitada; cf. S.th. i 45, 5.

b) La mayoría de los teólogos, con SANTO TOMÁS a la cabeza, mantienen contra Pedro Lombardo que la criatura no puede ser tampoco causa instrumental en la creación de la nada; S.th. 145, 5: «Impossibile est, quod alicui creaturae conveniat creare, neque virtute propria neque instrumentaliter sive per ministerium.» La razón de ello es que toda causalidad de las criaturas exige un sustrato que sustente su actividad. De ahí que sea imposible que una criatura coopere como causa instrumental en la creación de algo de la nada.

LAS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS
POR LA CREACIÓN



Capítulo segundo

CONSERVACIÓN Y GOBIERNO DEL MUNDO

§ 8. CONSERVACIÓN DEL MUNDO

1. Dogma

Dios conserva en la existencia a todas las cosas creadas (de fe).

Frente a las enseñanzas del deísmo, según el cual Dios, Creador del mundo, lo tiene abandonado por completo a sí mismo, el magisterio ordinario y universal de la Iglesia proclama que Dios está conservando continuamente en la existencia a todas las cosas creadas. El concilio del Vaticano enseña : «Dios protege con su providencia todas las cosas que ha creado», es decir, 'las preserva de caer en la nada ; Dz 1784; cf. Cat. Rom. 1 2, 21: «Si la providencia divina no conservara las cosas con el mismo poder con que las creó en un principio, volverían en seguida a recaer en la nada».
La acción conservadora de Dios es un constante influjo causal por el que mantiene a las cosas en la existencia. Dios no solamente se ocupa mediatamente de la perduración de las cosas valiéndose para ello de causas segundas creadas, sino que opera Él mismo inmediatamente tal persistencia. SANTO TOMÁS define la conservación del mundo como continuación de la acción creadora de Dios: «Conservatio rerum a Deo non est per aliquam novam actionem, sed per continuationem actionis, qua dat esse» ; S.th. 1 104, 1 ad 4.

2. Prueba basada en las fuentes de la fe

La Sagrada Escritura del Antiguo y Nuevo Testamento testifica la acción conservadora de Dios ; Sap 11, 26: «ei Y cómo podría subsistir nada si tú no quisieras o cómo podría conservarse sin ti?›; Ioh 5, 17: «Mi Padre sigue obrando todavía y yo también obro». La operación del Padre tiene por objeto la conservación y gobierno del mundo. San Pablo atribuye a Cristo tanto la conservación como la creación del mundo; Col 1, 17 : «Todo subsiste por El» ; Hebr 1, 3: «Con su poderosa palabra sustenta todas las cosas» ; cf. Apoc 17, 28.
SAN AGUSTIN comenta a propósito de Ioh 5, 17: «Creamos, por tanto, ...que Dios sigue obrando todavía, de suerte que las cosas creadas perecerían si Dios suspendiese su operación» (De Gen. ad litt. v 20, 40) ; cf. Tnórno, Ad Autol. I 4; SAN IRENEO, Adv. haer. ii 34, 2 s.
SANTO TOMÁS prueba especulativamente la divina conservación del mundo señalando como razón que Dios no solamente es causa del devenir de las cosas como los artífices humanos, sino también del ser de las cosas. Por eso, la criatura no depende de Dios tan sólo en el devenir, esto es, en el instante en que es producida, sino también en todo su existir, en todos y cada uno de los instantes de su subsistencia ; S.th. i 104, 1.

3. Libertad para reducir a la nada (aniquilación)

Así como Dios creó libremente a sus criaturas, así también es libre para aniquilarlas sustrayéndoles su acción conservadora, esto es, dejándolas que vuelvan a la nada; cf. 2 Mac 8, 18: «Nosotros ponemos 'la confianza en el Dios omnipotente, que puede con un solo ademán... destruir al mundo entero». Nos enseña, sin embargo, la revelación que Dios no quiere de hecho la completa aniquilación de sus criaturas; cf. Sap 1, 13 s: «Dios no se goza en que perezcan los seres vivos ; pues El hizo todas las cosas para la existencia» ; Sap 11, 27; Eccl 1, 4; 3, 14. Es conforme a la sabiduría y bondad de Dios conservar en la existencia a las criaturas, que son vestigio de las perfecciones divinas y sirven, por tanto, para glorificar a Dios.

§ 9. EL CONCURSO DIVINO

1. El hecho del concurso divino

Dios coopera inmediatamente en todo acto de las criaturas (sent. común).
No existe en este punto declaración oficial de la Iglesia. Sin embargo, los teólogos enseñan unánimemente el concurso divino frente al ocasionalismo, que rehúsa conceder causalidad propia a las criaturas, y frente al deísmo, que niega todo influjo de Dios en las cosas creadas. El Catecismo Romano (I 2, 22) enseña que Dios «a todo lo que se mueve y opera algo, lo impulsa al movimiento y a la acción por medio de una íntima virtud».
La cooperación de la causa primera con las causas segundas recibe la denominación de concurso divino. Precisando más diremos que tal concurso puede ser natural (general) y sobrenatural (especial), siendo este último el influjo sobrenatural de Dios en las criaturas racionales por medio de la gracia; el concurso divino se divide también en concurso físico y moral, siendo este último el que se ejerce por medio de un influjo meramente moral que obra desde fuera por medio de mandatos, consejos, amenazas, etc. ; otra división es la de concurso inmediato y mediato, siendo este último el que se ejerce mediatamente confiriendo y conservando las fuerzas naturales, según enseñaba Durando; finalmente, el concurso puede ser universal si se extiende a todas las acciones de todas las criaturas sin excepción, y particular en caso contrario.
La Sagrada Escritura atribuye con mucha frecuencia a Dios la acción de causas creadas, como son la formación del cuerpo humano en el seno materno, las lluvias, el alimento y el vestido; cf. Iob I0, 8 ss ; Ps 146, 8 s ; Mt 5, 45 ; 6, 26 y 30. No obstante, todos estos pasajes se pueden entender también suponiendo un concurso mediato de Dios. Parece indicar el concurso inmediato de Dios Is 26, 12: «...puesto que cuanto hacemos, eres tú quien para nosotros lo hace» ; y, sobre todo, Act 17, 28: «En el vivimos, nos movemos y existimos».
San Jerónimo y San Agustín defienden el concurso inmediato de Dios incluso en las acciones naturales, contra los pelagianos, los cuales restringían el concurso de Dios a !la mera colación de la facultad para obrar ; SAN JERÓNIMO, Dial. adv. Pele. 13 ; Ep 133, 7; SAN AGUSTÍN, Ep. 205, 3, 17.
La razón intrínseca de la necesidad del concurso divino se halla en la total dependencia que todo ser creado tiene de Dios. Como la actividad de la potencia tiene un ser real y distinto de la potencia, de la cual procede, por lo mismo ese ser tiene que ser causado también por Dios.

2. El concurso divino y el pecado

Dios concurre también en el acto físico del pecado («actio peccati, entitas peccato»); pues éste, en cuanto actuación de las potencias sensitivas y espirituales de una criatura, tiene ser y es, por tanto, algo bueno. La falta moral inherente al acto físico del pecado («malitia peccati») caé únicamente bajo la responsabilidad del libre albedrío de la criatura. Dios, por su infinita perfección, no puede ser causa de ningún defecto moral; cf. S.th. i 49, 2; De malo 3, 2.
3. Modo y manera del concurso entre la causa primera y las causas segundas
El concurso entre la causa primera y las causas segundas no debe ser concebido como una yuxtaposición mecánica de operaciones (como si Dios y la criatura se coordinaran para obrar juntos en la consecución de un mismo efecto), sino como una operación orgánicamente conjunta y mutuamente intrínseca (la acción de Dios y de la criatura forman un todo orgánico y con intrínseca dependencia la segunda de la primera). De ahí que no se pueda decir que una parte del efecto provenga de la causa divina y otra parte distinta de la causa creada, sino que todo el efecto proviene tanto de la causa divina como de la causa creada. La causa creada está subordinada a la causa divina, pero sin perder por eso su causalidad propia; cf. SANTO ToMÁs, De potentia I, 4 ad 3: «licet causa prima maxime influat in effectum, tarnen eius influentia per causara proximam determinatur et specificatur».
Los tomistas y los molinistas no se hallan de acuerdo en la explicación de cómo tiene lugar esa cooperación entre la causalidad divina y la creada cuando se trata de las acciones libres de las criaturas racionales. Los tomistas enseñan que Dios, por el concurso previo (= premoción física), hace que la virtud creada pase de la 'potencia al acto, y por medio del concurso simultáneo acompaña la actividad de la criatura mientras ésta dura. La acción procede toda entera de Dios como de causa principal y de la criatura como de causa instrumental. La premoción física debe considerarse con mayor precisión como una predeterminación, pues no se destina para una acción general de la criatura, sino para una actividad completamente determinada («determinatio ad unum»). Por eso el efecto pretendido por Dios tendrá lugar indefectiblemente.
Los molinistas enseñan que la cooperación física inmediata de Dios depende de la libre decisión de la voluntad humana, aunque no como el efecto de la causa, sino como lo condicionado de la condición. La cooperación divina comienza en el momento en que la voluntad pasa de la potencia al acto. Antes de la libre decisión Dios opera sólo moral y mediatamente en la voluntad. Por esta razón los molinistas rechazan el concurso previo y no admiten más que el concurso simultáneo. Son muchos Ios molinistas que hacen distinción entre el concursus oblatus y el concursus collatus (concurso ofrecido y concurso conferido), es decir, entre la oferta todavía indeterminada de un concurso divino, of erta que precede a la autodeterminación de la voluntad, y la colación del concurso divino para una acción completamente determinada, después de la libre decisión de la voluntad.
El tomismo pone mejor de relieve la idea de la causalidad universal de Dios y de la omnímoda dependencia que en consecuencia tienen de El todas las criaturas: El molinismo salva muy bien la libertad de la voluntad al tomar sus determinaciones, pero no explica tan perfectamente la esencial dependencia que todas las criaturas tienen de Dios.

§ 10. LA PROVIDENCIA DIVINA Y EL GOBIERNO DEL MUNDO

1. Noción y realidad de la providencia divina

Providencia divina en sentido estricto (providencia, npóvoia) significa el plan eterno de Dios sobre el mundo: «ratio ordinis rerum in finem in mente divina praeexistens» (S.th. r 22, 1). Comprende un acto de entendimiento y otro de voluntad. El gobierno divino del mundo (gubernalio) es la ejecución en el tiempo del plan eterno de Dios sobre el mundo. Al plan eterno y a su ejecución en el tiempo se les llama conjuntamente providencia divina en sentido amplio.
Dios protege y gobierna con su providencia a todas las criaturas (de fe).
El concilio del Vaticano, frente al fatalismo pagano, al deísmo y al materialismo, enseña : «Universa, quae condidit, Deus providentia sua tuetur atque gubernat, attingens a fine usque ad finem fortiter et disponens omnia suaviter» (Sap 8, 1) ; Dz 1784; cf. Dz 239 s.
La Sagrada Escritura, en numerosos pasajes, da testimonio de la labar de la divina providencia. El Antiguo Testamento pone especialmente de relieve la solicitud de Dies por el pueblo de Israel y por algunas figuras aisladas de la historia israelítica.(v.g., José, Moisés, Tobias). Los salmos rezuman fe en la providencia divina. Sap 6, 8, testifica la providencia universal de Dios: «El ha hecho al pequeño y al grande e igualmente cuida de todos» ; cf. Sap 8, 1. ; 11, 21; 12, 13; 14, 3. Jesús, en el sermón de la montaña, nos enseña que la providencia del Padre celestial se extiende también a las criaturas más insignificantes, como son las aves del cielo, los lirios y la hierba del campo, pero que se cuida especialmente de las criaturas racionales. También San Pablo nos habla de la universalidad de la providencia divina : «1~l es quien da a todos la vida, el aliento y todas las cosas» (Act 17, 25). El apóstol San Pedro nos exhorta a que confiemos en la divina providencia : «Arrojad todos vuestros cuidados en el Señor; pues 11 se cuida de todos» (1 Petr 5, 7).
Los santos padres defendieron la realidad de la providencia divina contra el fatalismo de los paganos, de su astrología y del dualismo de los gnósticos y maniqueos; cf. SAN GREGORIO NISEND, Contra fatum. Escribieron monografías sobre la divina providencia en el período patrístico SAN JUAN CRISÓSTOMO (Ad Stagirium), TEODORETO DE CIRO (10 sermones De providencia), SALVIANO DE MARSELLA (De gubernatione Dei). SAN AGUSTÍN ensalza la sabia y amorosa providencia divina en sus Confessiones y en la obra De civitate Dei.
SANTO TOMÁS prueba especulativamente la providencia divina por la existencia de un orden teológico en el mundo. Como todas las cosas han sido creadas según una idea divina, también la idea de la ordenación de todas las cosas a un fin («ratio ordinis rerum in finem») existe en la mente divina desde toda la eternidad; S.th. t 22, 1. Prueba SANTO TOMÁS la universalidad de la providencia poniendo como razón que Dios es causa universal de todo. La causalidad de Dios, primer agente de todo, se extiende a todos y cada uno de los seres. Ahora bien, como todo principio activo obra por un fin, todo lo que Dios obre (es decir, todo ser creado) se halla ordenado a un fin y es, .por tanto, objeto de la providencia divina; S.th. 122, 2.

2. División de la providencia divina

Según el objeto y el grado de la solicitúd de Dios por las cosas, distinguimos una providencia general que se extiende a todas las criaturas, incluso a las irracionales; y una providencia especial, cuyo objeto son todas las criaturas racionales, incluso los pecadores; y una providencia especialísima que mira por los predestinados.
Según se lleve a cabo el plan eterno de la providencia divina, distinguimos entre providencia mediata e inmediata. En la primera, Dios se sirve del intermedio de causas creadas (causas segundas); en la segunda, Dios es quien realiza por sí mismo el plan de su providencia.
Según sea la acción de Dios, se distingue entre providencia ordinaria y extraordinaria. La primera consiste en la acción ordinaria de Dios ; la segunda, en una intervención extraordinaria, como ocurre, por ejemplo, en los milagros, en las inspiraciones, en las definiciones infalibles de fe.

3. Cualidades de la providencia divina

a) Seguridad infalible: El plan previsto por Dios se realiza infaliblemente por medio del gobierno divino del mundo, de suerte que nada ocurre contra la providencia o con independencia de ella. Como Dios es la causa universal, a la que se hallan subordinadas todas las causas particulares, es completamente imposible que ocurra algo imprevisto, impretendido o, por lo menos, no permitido en el plan de Dios. Para Dios no hay azar, ni existe tampoco un hado, sobre Dios o junto a El, a quien todos los acontecimientos del mundo estén irresistiblemente sometidos ; cf. S.th. i 22, 2 ad 1.
b) Inmutabilidad: El plan eterno de Dios es inmutable por ser Dios mismo absolutamente inmutable. Esto no quiere decir que carezca de sentido la oración de petición, pues su fin no es alterar el plan eterno de la providencia ; antes bien, tal oración se incluye en el mismo, desde toda la eternidad, como causa segunda ; cf. S.c.G. iii 95 s.

C) LAS CONSECUENCIAS DE LA CREACIÓN PARA NOSOTROS

“Tú eres la que no eres, yo soy el que soy”
(Diálogo de Dios con Santa Catalina de Siena).

Según Santo Tomás de Aquino: Consecuencias de la creación para nosotros (en su obra, El Credo Comentado).
Por la consideración de esta doctrina el hombre es llevado a cinco consecuencias.
Primeramente, al conocimiento de la divina Majestad. Porque el artesano es superior a sus obras, y como Dios es el creador de todas las cosas, es evidente que está por encima de todas las cosas. Sabiduría 13, 3-4: "Si seducidos por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos ellos; y si fue su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es Aquel que los hizo". Por lo cual cuanto podamos entender y pensar es inferior a Dios mismo. Job 36, 26: "¡Qué grande es Dios! Excede nuestra ciencia". 27.
En segundo lugar, esto lleva al hombre a la acción de gracias. Porque si Dios es el creador de todas las cosas, resulta evidente que cuanto somos y tenemos, de Dios procede. Dice San Pablo en I Cor 4, 7: "¿Qué cosa tienes que no la hayas recibido?". Salmo 23, I: "Del Señor es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe de la tierra y cuantos en él habitan". Y por lo mismo debemos rendirle acciones de gracias: Salmo 115, 12: "¿Qué podré yo darle al Señor por todo lo que Él me ha dado?". 28.
En tercer, lugar es llevado a la paciencia en las adversidades. En efecto, si toda criatura viene de Dios, y por esto mismo es buena según su naturaleza, empero, si en algo nos daría una de ellas y nos produce un sufrimiento, debemos creer que éste viene de Dios; mas no el pecado, porque ningún mal viene de Dios sino en cuanto está ordenado al bien. Por lo cual, como cualquier pena que el hombre sufra viene de Dios, pacientemente debe soportarlas. En efecto, las penas purgan los pecados, humillan a los culpables, inducen a los buenos a amar a Dios. Job 2, 10: "Si los bienes los hemos recibido de la mano de Dios, ¿por qué no hemos de aceptar igualmente los males?".
En cuarto lugar, somos llevados a usar rectamente de las cosas creadas: en efecto, de las criaturas debemos usar para aquello para lo que fueron creadas por Dios. Ahora bien, fueron hechas con un doble objeto: para la gloria de Dios, porque "el Señor ha hecho todas las cosas en atención a El mismo" (esto es, para su gloria], como dice Prov 16, 4; y para nuestro provecho: Deut 4, 19: "El Señor tu Dios las hizo para el provecho de todas las gentes". Por lo tanto, debemos usar de las cosas para la gloria de Dios, o sea, para que al usarlas agrademos a Dios; y para nuestro provecho, o sea, de modo que al usarlas no cometamos pecado. I Paralip 29, 14: "Tuyas son todas las cosas y te damos lo que de tu mano hemos recibido". Así es que cuanto tengas, o ciencia, o belleza, todo debes referirlo y usarlo para la gloria de Dios.
Todo ello nos lleva, en quinto lugar, al conocimiento de la dignidad humana. En efecto, Dios todo lo hizo para el hombre, según se dice en el Salmo 8, 8: "Todo lo pusiste bajo sus pies". Y entre todas las criaturas, el hombre es, después de los ángeles, la más semejante a Dios, por lo cual dice el Génesis (I, 26): "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Y esto no lo dijo ni del cielo ni de las estrellas, sino del hombre. Pero no en cuanto al cuerpo, sino en cuanto al alma, que goza de una voluntad libre y que es incorruptible, que es en lo que se asemeja a Dios más que las otras criaturas. Por lo tanto, hemos de considerar que después de los ángeles el hombre tiene mayor dignidad que las demás criaturas y de ninguna manera disminuir nuestra dignidad por el pecado y por el desordenado apetito de las cosas corporales, que son inferiores a nosotros y fueron hechas para nuestro servicio, sino que debemos portarnos tal como Dios nos hizo. Pues bien, Dios hizo al hombre para que domine todas las cosas que existen en la tierra y para que se sujete a Dios. Por lo tanto, debemos dominar y someter las cosas; pero sujetarnos a Dios, obedecerlo y servirlo; y de esto pasaremos a la fruición de Dios. Que Él se digne concedérnoslo, etc.

Según Josef Pieper: La necesaria continuación de la creación por el amor (en su obra, las virtudes Fundamentales).

“Amar es reconocer la razón que tuvo Dios para crear a lo que amamos”

¿qué es, pues, lo que yo «quiero» cuando amo y digo a otra persona: «Qué bien que tú existas»? Como ya hemos indicado, es evidente que esa exclamación puede estar orquestada y sentida de muy diversas maneras, y que en ella caben «en cada caso» muchas variantes de matiz en cuanto a la intensidad. Pero aun el grado más débil contiene, por lo menos, el asentimiento a la simple existencia del otro. Y no es poco. Si alguien quiere comprobarlo, que intente contestarse a sí mismo, como si fuera un test, la siguiente pregunta: ¿No tengo realmente, allá en mis adentros, nada «en contra» de que exista este colaborador, este vecino, este compañero concreto? Para que la pregunta sirva de prueba vamos a suponer que el no tener nada «en contra» de alguien es el grado mínimo del asentimiento. Ahora bien, cambiemos la contestación y supongamos que no sólo no tenemos nada en contra, sino que hemos reaccionado diciendo: «¡Qué maravilla el que tú existas!» ¿Qué es lo que estamos pensando y sintiendo al decir eso? ¿Cuál es el contenido de la intención y qué es, por tanto, lo que estoy «queriendo»?
              En cuanto al contenido intencional, hay una sorprendente unanimidad en la contestación que a esa pregunta han dada los famosos, desde Santo Tomás hasta Ortega y Gasset, Vladimir Soloviev o Maurice Blondel; si bien, por otra parte, el radicalismo de sus interpretaciones llega a veces a ser tan crudo, que puede hacerlas discutibles e incluso falsas. Santo Tomás, por ejemplo, en su «Libro para principiantes», dice que lo que el amante está queriendo cuando «quiere» es que el amado exista, viva simplemente: «El Yo que quiere, quiere ante todo la existencia del Tú».
Alexander Pfánder, ese gran especialista en Fenomenología y Lógica, un poco demasiado ignorado, con visión y pluma de maestro cuando se pone a describir las vivencias anímicas de la persona humana, dice que el que ama «toma partido por la existencia del amado» dice que encarna en sí la «actitud de un sostenimiento permanente del amado en la existencia» y que por el amor hacía él «se le reconoce al amado el derecho de existir por la sola razón de su propia perfección».
              Cuando se leen estas dos últimas frases se siente uno incómodo. Se tiene la sensación de que no son del todo verdad. ¿No se habrán poetizado en ellas románticamente las mismas posibilidades del amante? Ortega y Gasset, aun pensando seguramente lo mismo, lo fórmula más exacto y con más cuidado: «Amar una cosa es estar empeñado en que exista; no admitir, en lo que dependa de uno, la posibilidad de un universo donde aquel objeto esté ausente», «estarle continuamente deseando vida, en lo que de nosotros depende, intencionalmente».
              En cuanto a la atrevida afirmación de Maurice Blondel de que «L'amour est par excellence ce qui fait étre», el amor es ante todo lo que «hace ser», lo que causa que alguien o algo exista, solamente podemos aceptarla si se entiende como expresión de la intención de amante. El traductor alemán de Blondel pensó que era mejor mitigar un poco la frase y la vertió, diciendo que el amor es «lo que hace ser». Pero la formulación más extrema de ese pensamiento que intenta salir en las palabras la encontramos en Vladimir Soloviev, en su ensayo «El sentido del amor sexual», en el que describe el amor como una fuerza que excluye la muerte, que protesta contra ella y la niega. Confieso que no fui capaz de leer eso sin quedar hondamente conmocionado.
              Desde esta misma dimensión es como he sentido siempre la impresionante frase de Gabriel Marcel: «Amar a una persona es decirle: tú no morirás». En realidad, aquí se realiza lo que arriba indicábamos sobre «el tomar partido a favor del amado» de la forma más intensa que pueda imaginarse. ¿Pero existe realmente alguna posibilidad fundada para afirmar del amor humano, como lo hace Vladimir Soloviev, que excluye la muerte y que la necesidad de morir es «incompatible con el verdadero amor»?
              Creo que Con eso se ha llegado al límite por el que pasa la raya de la locura. Y, sin embargo, como Nietzsche lo formula con una acertada expresión: «Siempre hay en el amor algo de locura; pero también hay siempre en la locura algo de razón»; en todas esas exageraciones, hasta en la concepción de Soloviev, hay, por lo menos, un algo de verdad presentida. Ya da bastante que pensar el mero hecho de que en todos esos intentos por describir fenomenológicamente lo que hay y lo que se siente en la inclinación amorosa se atribuya siempre al amor humano un poder que llega hasta producir el ser (se habla de sostenimiento de la persona amada en la existencia, del reconocimiento del derecho a la vida, de la donación de la capacidad de vivir y hasta de la negación del mortal destino y concesión de la inmortalidad).
              Y por mucho que uno se sienta inclinado a pensar que en todos esos entusiasmos se han ignorado los límites puestos a la capacidad humana, hay en ello una revelación de algo que merece la pena pararse a considerar. Más exactamente, hay dos cosas: Primero, eso que sabemos es «lo más glorioso que una cosa puede "hacer", o sea, simplemente ser», la mera existencia, la «présence effective dans le monde», el escueto poner por obra la verificación del reino del ser en un caso concreto; eso tan incomprensible que se escapa a toda definición nos es dado a nosotros y a todos los demás seres por el amor y sólo por el amor. Y eso es lo que sabemos y podemos confirmar cada uno de nosotros cuando amamos. Pues lo que el amante dice con los ojos puestos en la amada no es: «¡Qué maravilla que seas así»! No así de inteligente, de disfrutable, de capaz o de hábil, sino: «¡Qué maravilloso es que tú existas, que estés sobre el mundo!».
              En segundo lugar, completamente cierto en esas interpretaciones del contenido del amor, y más cierto precisamente en las más exageradas, es que la configuración suprema de la afirmación de una cosa, la más sublime que pueda pensarse, es la creación de ella, su realización activa en el sentido estricto. «La creación es lo correlativo del sí amoroso». Y yo estoy convencido de que, aparte argumentos y demostraciones racionales, nadie lo ve tan claro como el verdadero amante. El «sabe» perfectamente que esa afirmación que hace dirigida a la persona amada se perdería en el vacío si no hubiera en lo que dice algo así como un acto de crear, y no sólo como algo que hace de potencia de lanzamiento al surgir el amor, sino como algo que persiste y sigue actuando, y en lo cual él, mientras ama, participa y colabora en cuanto amante. De nuevo habría que decir que esa ultrasensación-convicción se estaría agitando en el vacío, descolgada y sin sentido, si con ella se pretendiera atribuir al hombre, por apasionado y heroico amante que fuese, una facultad rigurosamente creadora, un poder de sacar de la nada al ser.
              Fue Dios quien, en el acto de la creación, anticipándose a todo amor humano imaginable, dijo: «Yo quiero que seas; es bueno, "muy bueno" que existas» (Gen). Es Dios quien ha introducido en todo lo que los hombres pueden amar o afirmar, juntamente con el ser, el ser bueno; quien regaló todo lo que puede ser digno de amor y de aprobación. Por tanto, en virtud de su misma naturaleza y de una forma irreversible, el amor humano no puede ser más que reproducción, una especie de repetición de ese amor de Dios, creador de la más perfecta manera y en su propio sentido. Tal vez el amante, en ese estadio previo a toda reflexión, entiende esto de alguna forma. ¿Cómo se explica si no que ya en la primerísima conmoción amorosa haya un componente de gratitud? Habría que pensar un poco más sobre este fenómeno. Porque dar las gracias es siempre una respuesta, la vivencia de quedar uno como vuelto de cara a algo que acaba de descubrir, frente a algo que estaba ahí antes de que él lo viera; claro que en una especie de misteriosa armonía cósmica que sobrepasa los paradigmas de una experiencia conmensurable.
              Ahora bien, a este sí tiene que seguir el pero: «sí, pero...». Sí, es cierto que todo amor humano es reproducción, renovación de la original y positiva afirmación creadora divina, en virtud de la cual ha recibido a la vez existencia y bondad todo lo que existe, y, por tanto, esa persona concreta que nosotros amamos. Pero lo cierto es que si el amor humano es verdad, si se acierta con el milagro, hay en él algo más que una simple repetición, más que una imitación de lo que Dios hizo entonces: aun siendo una reproducción, es también una continuación, un perfeccionamiento de lo que se empezó en la creación.

E)      HISTORIA DE LA FE EN LA CREACIÓN
(en la Enciclopedia Católica Virtual)

1. La idea de la creación así esbozada es intrínsecamente coherente. Habida cuenta de una causa primera personal que posee un poder y sabiduría infinitos, la productividad creativa podría ser a priori necesariamente una de sus perfecciones, es decir, la independencia absoluta de las limitaciones externas impuestas por un sujeto material sobre el cual ejercer su eficiencia. Además, la fecundidad que las criaturas orgánicas poseen, y que, en el supuesto presente, se derivaría de la causa primera, hay que encontrarla típica y eminentemente en su origen. Pero la productividad creativa es sólo el ejemplo trascendente de la fecundidad biológica; por lo tanto, a priori, debemos buscarla en la causa primera. Cómo se produce la criatura, cómo surge algo de la nada, es por supuesto absolutamente inimaginable por nosotros, y muy difícil de concebir. Pero esto apenas es menos cierto de cualquier otro modo de producción. El nexo íntimo entre la causa y el efecto es difícil de entender en todos los casos. Sin embargo, sólo unos pocos teóricos niegan el hecho de tal conexión, e incluso lo admiten continuamente en la práctica. En consecuencia, la imprecisión de la noción de creación no es razón válida para dudar de su coherencia interna. Por otra parte, aunque la idea de la creación no se basa, por supuesto, en la experiencia inmediata, es el producto del esfuerzo de la mente, ayudado por el principio de razón suficiente, para interpretar la experiencia. La Creación, como aparece en la actualidad, es la única solución coherente que se haya dado al problema del origen del mundo.

2. Por otra parte, aunque la idea de la creación es consecuente y naturalmente asequible para la mente que interpreta el mundo a la luz del principio de causalidad, sin embargo, esa no es su verdadera fuente. La concepción tiene un origen claramente teológico. Los primeros escritores cristianos, al haber aprendido por la revelación que el mundo se produjo de la nada, y al ver la necesidad de tener un término para designar tal acto, eligieron la palabra creare, que hasta entonces se había utilizado para expresar cualquier forma de producción, por ejemplo, creare consulem (Cicerón). El uso teológico después pasó a un lenguaje moderno. Probablemente la idea de la creación nunca entró a la mente humana aparte de la revelación. Aunque algunos de los filósofos paganos llegaron a una concepción relativamente alta de Dios como el gobernante supremo del mundo, no parece que nunca hubiesen llegado a la inferencia lógica próxima de que Él fuese la causa absoluta de toda la existencia finita. La verdad de la creación, aunque no es un misterio -no sobrenatural en su propia naturaleza (quoad essentiam)- es sobrenatural en el modo de su manifestación (quoud modum). Implícitamente natural, es revelada explícitamente.
La concepción clara de su origen creado, según se describe en el Génesis, que el hombre primitivo debe haber recibido de su Creador poco a poco fue oscurecida y finalmente perdida para la mayoría de sus descendientes cuando la corrupción moral hubo oscurecido su entendimiento; y sustituyeron al Creador por las agencias fantásticas evocadas por el politeísmo, el dualismo y el panteísmo. El cielo abovedado fue concebido como algo divino, y los cuerpos celestes y los fenómenos naturales como sus hijos. En Oriente esto dio lugar gradualmente a la identificación de Dios con la naturaleza. Todo lo que existe no es sino la manifestación del Uno, es decir, Brahma. En Occidente, las fuerzas del universo fueron deificadas por separado, y algunos egipcios y, probablemente, los sabios y sacerdotes griegos y romanos sostuvieron débilmente una concepción más o menos esotérica del Ser Supremo como el padre de los dioses y del hombre.
Sin embargo, el Creador no se quedó sin testigos en la raza humana. Los descendientes de Sem y Abraham, de Isaac y Jacob, preservaron clara y pura la idea de la creación; y desde el primer versículo del Génesis hasta el último libro del Antiguo Testamento la doctrina transcurre claramente esbozada y absolutamente impoluta por cualquier elemento extraño. “En el principio Dios creó los cielos y la tierra.” En esta, la primera oración de la Biblia, vemos la fuente principal de la corriente que fue llevada al nuevo orden por la declaración de la madre de los Macabeos: “Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra, y al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios.” (2 Mac. 7,28). No hay más que comparar el relato mosaico de la obra creativa con el recientemente descubierto en las tabletas de arcilla desenterradas de las ruinas de Babilonia para discernir la inmensa diferencia entre la tradición revelada no adulterada y la historia pueril de la cosmogonía corrompida por los mitos politeístas. Entre los relatos hebreo y caldeo sólo hay similitud suficiente para justificar la suposición de que ambas son versiones de algún registro o tradición antecedente; pero nadie puede evitar la convicción de que el relato bíblico representa la verdad pura, aunque incompleta, mientras que la historia babilónica es a la vez legendaria y fragmentaria (Smith, "Relato Caldeo sobre el Génesis", Nueva York, 1875). A través del Nuevo Testamento, en donde se ve que la actividad creadora de Dios se fusiona con la redentora, la misma idea es continua, ahora reafirmada a los paganos griegos en forma explícita, ahora recordada al creyente hebreo por expresiones que la presuponen demasiado obvia y totalmente aceptada como para necesitar una reiteración explícita.

3. Los libros extra-canónicos de los judíos, en particular el Libro de Henoc y el Libro IV de Esdras, repiten y amplían la enseñanza del Antiguo Testamento sobre la creación; los Padres y Doctores de la Iglesia primitiva en Oriente y Occidente en todas partes proclaman la mismo doctrina, y la confirman con argumentos filosóficos en sus controversias con el paganismo, el gnosticismo y el maniqueísmo; mientras que los primeros símbolos romanos, el de Nicea y el de Constantinopla repiten, en frase prácticamente invariable, la creencia cristiana universal "en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles.”

4. La doctrina de la creación fue establecida en mayor detalle después de que se hubo desvanecido la polémica con el paganismo y las herejías orientales, y con el despertar de una nueva vida intelectual a través de la introducción de Aristóteles en las escuelas occidentales. El renacimiento del maniqueísmo por los cátaros y los albigenses requirió una expresión más explícita de los contenidos de la creencia de la Iglesia con respecto a la creación. Esta fue formulada por el Cuarto Concilio de Letrán en 1215 Denzinger, "Enchiridion", 428 (355)]. El Concilio enseña la unicidad del principio creativo (unus solus Deus); el hecho de la creación a partir de la nada (la naturaleza de la creación es aquí designada por primera vez, sin duda por la influencia de las escuelas, por la fórmula, condidit ex nihilo); su objeto (lo visible y lo invisible, el mundo espiritual y material, y el hombre); su carácter temporal (ab initio temporis); el origen del mal a partir del hecho del libre albedrío.

5. El conflicto con el falso dualismo y el emanacionismo introducidos en las escuelas de los filósofos árabes, especialmente Avicena (1036), Averroes (1198), puso de manifiesto la doctrina filosófica más elaborada de la creación que se encuentra en las obras de los más grandes escolásticos, tales como el Beato Alberto, Santo Tomás y San Buenaventura. Aquí se usa la teoría aristotélica de las causas como un instrumento decisivo en la síntesis que es sugerida por el muy conocido dístico:
Efficiens causa Deus est, formalis idea, Finalis bonitas, materialis hyle (Alberto Magno, Summa, I, Tr. XIII; Q. LIV, Vol. XXXI, p. 551 of Bosquet ed., Paris, 1895).
Sobre estas líneas los escolásticos construyeron su sistema, que abarca la relación del mundo con Dios como su causa eficiente, la continuidad de la creación en la conservación de Dios mismo y su coincidencia con todas las fases de la actividad de la criatura; la concepción de la idea divina como la causa arquetípica de la creación, la doctrina de que Dios se mueve a crear (hablando por analogía con la voluntad finita) por su propia bondad, a la que le da expresión en la creación a fin de que la criatura [razón|racional], reconociéndola puede llegar a amarla, por un correspondiente ajuste mental y moral en la vida presente, pueda alcanzar su realización completa en la vida futura; es decir, que el amor y la bondad divinos son la fuente y causa final de la creación tanto activa como pasiva. Por lo tanto, mediante una analogía constantemente sostenida de las tres causas -eficiente, final y formal (arquetipo)- la aplicación da lugar a la filosofía escolástica de la creación. Al no haber causa (hyle) material existente previo a la creación, la aplicación de la cuarta causa aparece en la teoría escolástica en materia prima y potencia, el componente radical y no diferenciado de la naturaleza.

6. La idea de la creación desarrollada por los escolásticos pasó sin cambios sustanciales a través de la corriente del pensamiento moderno que conservó los elementos esenciales de la visión del mundo teísta- cristiana -las de Descartes, Malebranche, Leibniz- y, por supuesto, a lo largo de la corriente continua de la enseñanza tradicional de la Iglesia Católica.
En la corriente opuesta desaparece con Espinosa, y da paso al panteísmo realista; con Fichte, Schelling y Hegel, su lugar es ocupado por alguna fase de un panteísmo idealista variado; mientras que en nuestros propios días se han propuesto como sustitutos el agnosticismo (Spencer), el monismo materialista (Hackel) y el monismo espiritualista (neo-hegelianismo y la Nueva Teología).
Entre los teólogos católicos recientes hay una tendencia prácticamente uniforme a interpretar que los datos bíblicos y tradicionales postulan el acto creador para explicar el origen de los espíritus no encarnados (los ángeles), de la materia primordial del universo y del alma humana. El desarrollo del universo, la introducción de animales y plantas, las formaciones de los primeros cuerpos humanos pueden explicarse por la actividad formativa o administrativa de Dios, una actividad que a veces se llama segunda creación (secunda creatio), y que no requiere el acto creativo como tal. Los filósofos católicos desarrollan los argumentos puramente racionales para estas mismas posiciones, excepto para el origen del mundo angélico, que por supuesto está más allá de la esfera de la filosofía.

BILBIOGRAFÍA

Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática (en la estructura general del texto anterior).

Catecismo de la Iglesia Católica.

Enciclopedia Católica Virtual, artículo sobre la creación, recuperado en:
https://ec.aciprensa.com/wiki/Creaci%C3%B3n

Santo Tomas de Aquino, el Credo comentado (desde el punto 22): 

Hillaire, Agustín. La religión demostrada (desde el punto 4, se demuestra la existencia de Dios por la existencia de la creación): https://www.catolicosalerta.com.ar/libros/religion-demostrada.pdf

Josef Pieper, Las virtudes Fundamentales:

Pío X, Catecismo Mayor (utiliza la pedagogía del cuestionario para iluminar respecto a lo esencial sobre la creación): 

Pequeño Catecismo Católico: